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El Maestro

En Occidente, dentro de nuestra cultura espiritual enraizada en el cristianismo, la figura del maestro o guía, ha sido vista siempre como innecesaria cuando no como sospechosa.

Después de la llegada, en los años cincuenta y sesenta, de representantes cualificados de corrientes espirituales de Oriente174 SEBASTIAN a Estados Unidos y Europa, la figura del maestro espiritual comenzó a ser vista con otros ojos. Dentro del zen, el yoga o el budismo tibetano -por poner algunos ejemplos- esta figura se mostró como indispensable para avanzar en sus respectivos caminos. Otras figuras como Ramana Maharsi o Nisargadatta mostraban a su vez una altura espiritual enorme y, sin dirigir específicamente ningún grupo de discípulos organizados en una práctica concreta, mostraron su condición de maestros al mundo de un modo incuestionable.Poco después el sufismo fue acaparando la atención de Occidente que descubrió en él una enseñanza enormemente profunda, vital y activa. También descubrió que en el sufismo, la figura del maestro es absolutamente imprescindible y lo ha sido desde su origen. El encuentro con la enseñanza de un nivel altísimo de maestros sufíes del pasado tampoco dejó lugar a dudas sobre su condición. Irremediablemente y, en paralelo, también aparecieron individuos bien dotados intelectualmente, carismáticos, o ambas cosas a la vez, -y todavía aparecen- que han ejercido con más o menos fortuna como maestros y que, hasta cierto punto, han sido útiles a sus seguidores, aunque nunca han podido llevarlos muy lejos. Nadie puede dar aquello que no tiene.

Sin embargo, desafortunadamente, esta idea de que un maestro no es necesario, continúa estando muy extendida entre los occidentales inmersos en las ideas de la “nueva era”, una “nueva era” que hace tiempo se desvinculó -suponiendo que alguna vez estuviese realmente vinculada- de las fuentes nutricias de las corrientes espirituales vivas y efectivas. Y siendo esto hoy así, sin embargo en otras épocas la búsqueda de un maestro se tornaba para un buscador como un prioritario objetivo de vida. Para la “nueva era” la idea del maestro interior es suficiente sin que se halla entendido que el maestro interior no es posible que despierte sin la presencia de un maestro exterior.
Ningún dormido puede despertar a alguien dormido y, alguien sumido en el sueño profundo del ego solo puede ser despertado por alguien ya despierto.

Pero, no nos engañemos, afrontar, entender, asimilar y beneficiarse de la figura del maestro no es tarea fácil y, eso se debe sobre todo, a que un maestro no es alguien fácil.
Y es el momento de señalar la diferencia entre fácil y sencillo, pues si un maestro no es alguien fácil siempre utilizará lo más sencillo.
Antes de continuar, hay que recalcar que estamos hablando de un maestro espiritual, no de un competente instructor en tal o cual disciplina, ni tampoco de valiosos terapeutas o psicólogos. Un maestro espiritual es aquel que ha alcanzado un estado espiritual de tal nivel que es capaz de guiar a otros. De llevar a otros a otros a lugares donde él ha estado y que es capaz de reconocer el proceso porque él lo ha vivido. Para hacerlo, un maestro verdadero, solo tomará un discípulo desde la más absoluta libertad. Por este motivo, es difícil que un maestro se llame a sí mismo maestro. Siempre dejará que sea el discernimiento y madurez de los que se acerquen a él lo que reconozca aquello que necesita. Cuanto más se acerque alguien a un maestro desde sus propios códigos y sistemas de creencias respecto a lo que debe ser un maestro, más el maestro tratará de alejarse y confundirlo con el fin de que ese acercamiento se produzca solo desde su naturaleza más inocente vinculada a su Ser real.

Desde esta perspectiva, la primera dificultad resulta sobre como acercarse a él ya que la gran pregunta aparece con fuerza en la mente: ¿cómo sé que es un maestro?
Dejando al margen la típica imagen del “santón” y las supuestas conductas asociadas a esa imagen, lo cierto es que reconocer a un maestro es la primera gran dificultad en la Vía. Y esto se debe a que solo el conocimiento reconoce al conocimiento, solo aquello que ya habita en lo Real reconoce a lo que pertenece a lo Real. Es decir, un discípulo capaz de reconocer a un maestro ya es alguien maduro y suficientemente purificado como para poder poner el pie en la Vía. Por tanto ese reconocimiento solo es posible desde el corazón; no es un reconocimiento ni mental ni intelectual, ni mucho menos un reconocimiento que nazca de patrones culturales o de cualquier otro tipo.

La Función del Maestro

Un aspecto fundamental a la hora de abordar la figura de un maestro es entender que, sobre todo, él ejerce una función y esa función se refiere al crecimiento espiritual de su discípulo.

Y algo fundamental, un verdadero maestro forma maestros, no discípulos. El noviciado o el discipulado, son solo estaciones de paso. Por este motivo la libertad es el  primer material de Trabajo. Y la relación maestro discípulo solo es posible desde la libertad. Una libertad que exige al discípulo el ejercicio constante del discernimiento, discernimiento en la acción.
Tomando esa libertad como punto de referencia, es la naturaleza más inocente, más limpia, más ligera, más conectada a lo Real.
Y otra cosa importante, a un maestro no le interesa la vida personal de su discípulo en tanto esa vida no interfiera en su proceso de crecimiento espiritual o que el discípulo se empeñe en hacerse daño a sí mismo en demasía.

Pongamos como metáfora una imagen de un huerto. La mitad del huerto está llena de piedras y malas hierbas, la otra mitad tiene tierra fértil y fácil de ser sembrada. Imaginemos que esa es la naturaleza de un discípulo. Un maestro siempre trabajará con el lado “fértil” de su discípulo, con el lado en el que se puede sembrar y lograr fruto. Más tarde, poco a poco, en crecimiento, ese lado fértil irá avanzando sobre el otro y entonces, será mucho más fácil ir quitando piedras y las malas hierbas irán desapareciendo casi por sí mismas. Pero ya habrá resultados de crecimiento.
Esto es así también, por la naturaleza de la baraka de un maestro que, siendo de condición muy sutil, es mucho más operativa sobre lo que podemos llamar positivo que sobre lo que podemos llamar negativo. Esa baraka se asocia más y ayuda muchísimo a cualquier cosa en crecimiento ya que funciona como un alimento en tanto que con lo denso entra en conflicto y si bien suele ser operativa y lograr que esa densidad o oscuridad se transformen, provoca gran esfuerzo y cansancio por lo que un maestro opta de modo natural por alimentar la parte más noble e inocente de los que guía pues resulta mucho más eficaz para el discípulo y también para él pues su baraka, de este modo, se regenera y crece.

Por último hay que añadir que existen distintos tipos de maestros y esa distinción se refiere al su propio nivel y a su actividad.
Respecto al nivel es clara la diferencia. No es lo mismo una persona iluminada que una realizada lo cual es algo excepcional. Tampoco si esa iluminación es completa o parcial. Es decir, hay grados. Y nadie puede llevar a nadie a ningún sitio si antes no ha estado primero.

Un iluminado te podrá llevar hasta la iluminación pero no más allá, y te llevará hasta el punto de iluminación que él ha logrado aunque lo habitual es que, si es impecable en su función, él mismo continúe su propio crecimiento hasta, por ejemplo, la liberación.

Respecto a la actividad, tenemos a los maestros de distintas prácticas: yoga, tai chi, zen vipassana, etc... cuya maestría está vinculada a la excelencia en el arte o práctica que enseñan.
Asimismo existen, sobre todo en el ámbito sufí, maestros de determinadas escuelas que, tradicionalmente, continúan un linaje de maestros y ejercen su función sobre los miembros de esa escuela y, por fin, hay maestros sin actividad precisa y que ejercen su función en un plano de discreción.
Y volvamos a la pregunta anterior, si alguien se hace esa pregunta es que piensa que es él quien decide la elección del maestro, pues bien, nadie elige a su maestro, es el maestro el que te elige a ti. Otra cosa es la respuesta que, desde la más absoluta libertad, el posible discípulo pueda dar y, cerramos el círculo, no podrá dar ninguna respuesta si no lo reconoce antes. Un reconocimiento que solo hará su corazón.

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