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Una espiritualidad olvidada: eremitas cristianos

177 SEBASTIAN

El eremitismo medieval es un movimiento principalmente cristiano del que se tiene noticias desde el siglo IV y que se inicia en Egipto y en Siria como focos principales. Se extiende luego por toda Asia Menor alcanzando momentos y lugares de enorme potencia y significado como fue la Capadocia o el Monte Athos. Es de destacar, sobre todas, la figura de San Antonio ermitaño, de Tebas, personaje que fue el que “trasvasó” la vieja religión egipcia con el pujante cristianismo. Por algún motivo curioso, la iconografía antigua de este santo se parece mucho a la carta número nueve del tarot llamada también “El ermitaño”.
Esta forma ascética no es exclusiva del cristianismo y también podemos verla en otras culturas y religiones de oriente, especialmente en India.
Mientras que en cristianismo oriental se profundiza en el eremitismo y varias de sus virtudes como en la corriente de los hesicastas, en occidente muta hasta el nacimiento de las órdenes monásticas como medida de adaptación a una realidad social diferente.
Si bien es cierto, que el eremitismo hoy día como vía espiritual -hace siglos sí lo fue- no es tan efectiva toda vez que se aparta del hecho fundamental de vivir la vida en la intensidad del mundo con todas sus implicaciones (recordemos la sentencia de: no somos seres humanos viviendo una experiencia espiritual; somos seres espirituales viviendo una experiencia humana), sí es cierto que nos proporciona una serie de ejemplos que en forma de virtudes válidas nos ofrece posibilidades de reflexión y activación.

Resalto algunas:      

PLEGARIA

Los eremitas practicaron la plegaria como eje fundamental de su disciplina espiritual, y alcanzaron un gran nivel de desarrollo y potencia en su práctica. Hay que destacar que la plegaria, desde la inicial perspectiva cristiana, nada tiene que ver con el “pedir a Dios cosas”, si hay “pedido” este se refiere a solicitar humildemente el mejoramiento personal y la gracia. Diferenciaron varios estadios.
Plegaria verbal. Era la inicial y la mas común. Consistía en repetir una y otra vez una, habitualmente, breve oración. Esta plegaria se separaba de cualquier otra actividad.
Plegaria silente o mental. En este estadio, la plegaria es más continua y no se verbaliza. Esta plegaria se ejercitaba ya realizando tareas manuales, paseo, etc.
Plegaria del corazón. En este estadio la plegaria ya está instalada en el corazón. A cada latido, todo el individuo ora y se aúna con la creación que, también a cada latido, ora conjuntamente. De este modo, cada acto, cada gesto, cada palabra, se transforma en una plegaria, en un gesto, que a su vez es una ofrenda de la propia vida que se pone en manos de Dios.

OBJETIVO DE LA PLEGARIA

El objetivo último de la plegaria es la reunión de la criatura con su Creador. Para que ello se produzca, el individuo debe “colocarse” de modo tal que Dios pueda encontrarlo. De este modo la plegaria es una llamada, es decir: “Señor, estoy aquí”. Asimismo la plegaria provoca cambios importantes en la naturaleza del ser humano, cambios que favorecen el que el individuo vaya alcanzando, poco a poco, la necesaria paz interior como sustrato de posteriores avances en la vía.
Todo el proceso provoca un lento pero verdadero “vaciado del corazón” de tal modo, que la Presencia de Dios va tomando cuerpo en el practicante.
En el último estadio, la propia vida es toda una plegaria que los místicos han asemejado a una especie de canto y danza silentes y constantes.
Por decirlo de algún modo, la criatura ya no respira si no que es respirado, ya no siente si no que es sentido, yo no mira ni escucha si no que es mirado y escuchado, ya no piensa si no que es pensado.

SILENCIO

El Maestro D.D. dijo “El silencio es el verdadero lenguaje de Dios”. De igual modo que en lo referido a la plegaria, se consideraba fundamental el silencio de las palabras, también estaba muy presente el silencio de juicios, opiniones, etc… y, sobre todo, el silencio del pensamiento. Con la práctica del silencio, los eremitas iban experimentando estos estados. El silencio, más que en su interpretación literal, debe entenderse como el aprendizaje “de la extinción del parloteo”, por otro lado, una práctica enormemente común en cualquier vía.
Lógicamente el parloteo impide la presencia de la plegaria o del estado meditativo que para ellos era antesala del estado de “comunión” que a su vez conducía al estado extático. A este éxtasis, en distintos grados de manifestación, se accedía a través de la llegada de “la Presencia de Dios” en el corazón. Estos eremitas conducían siempre su plegaria al corazón, entendiendo que el corazón era la puerta privilegiada que comunicaba a la criatura con su creador.

SINCERIDAD

Es fácil comprender que alguien que decide libremente apartarse del mundo y comenzar a vivir una vida como la que ellos vivían, implica que había una sinceridad de partida en su propósito más allá del resultado obtenido. Esta sinceridad era, y aun, es el ingrediente principal en toda búsqueda espiritual. Y esa sinceridad responde a la necesidad de Dios.
En la espiritualidad cristiana medieval está muy bien definida la frontera entre la necesidad de Dios y la necesidad de un legítimo bienestar psicológico, mental, etc. De hecho, estos eremitas dejaban a un lado ese bienestar precisamente porque la necesidad de Dios era más fuerte y debía ser saciada.

HUMILDAD

Todos los escritos de los Padres del Desierto que se conservan, inciden de modo contundente que la humildad era para ellos una condición importantísima dado que consideraban que sin ella las “puertas del paraíso” estaban cerradas. Este estado de humildad se expresaba en el estado mental del “no-se”, una condición mental de vacío. En el proceso iban abandonando el apego a lo que creían saber o conocer. Esta condición de “ignorantes”, presente también en otras vías como el sufismo en donde nos encontramos con “los locos de Dios”, era una seña de identidad. Desde esta perspectiva el “conocimiento de las cosas del mundo” es sustituido por la sabiduría, es decir, el “conocimiento de las cosas de Dios”. Esto está magníficamente expresado en el sufismo en la sentencia tan común de “solo Dios sabe”. Únicamente desde esta posición de humildad y mente “no sé” se iba produciendo en vaciado de la mente por un lado y, por otro, se colocaba el protagonismo del ego en un segundo plano.

SOBRIEDAD

Los eremitas parten desde el principio de esta condición. Necesitan poco. Lo que precisa el cuerpo para vivir. Todo lo demás se halla implícito y es inherente a la propia existencia. Y todo lo que sobra, lo prescindible, no es más que un peso innecesario que no hay por qué soportar.
Esta condición y un estrecho y profundo vínculo con la naturaleza, permitían que, poco a poco, comenzaran a saber “leer el único libro”, el libro de la naturaleza y sus secretos. De este modo son innumerables los relatos que cuentan como muchos eremitas son “despiertos” por el canto de los pájaros, un rayo de sol, una tormenta, o un árbol sabio.
Los seguidores de Prisciliano, recordemos que fue el primer hereje cristiano ajusticiado por cristianos, oraban desnudos en las cuevas y de este modo también se ha representado a hombres y mujeres santos en los desiertos. Recordemos a Santa María Egipciaca o la propia María Magdalena que la tradición pinta desnudas en sus cuevas, o muchos otros eremitas de la Tebaida o Siria.

El España son comunes estas ermitas rupestres que datan hasta del siglo VIII y destaca la llamada Tebaida española, en el Condado de Treviño, que conserva el complejo más importante de cuevas artificiales de eremitas de la península ibérica. Allí vivían, allí oraban y allí morían.
Esa soledad no era absoluta. Vivían cerca unos de otros y se solían reunir en torno a la santidad y sabiduría de aquellos más adelantados. Asimismo se ayudaban en la enfermedad o en la vejez invalidante. Allí asimismo oficiaban los sacramentos, tanto la misa, como el bautismo o la confesión, etc., en torno a un cristianismo que era muy diferente, tanto en fondo como en forma, al que conocemos hoy.

Esto lo sabemos porque conservamos numerosos textos de los llamados “padres del desierto”, principalmente llegados de oriente, en los que se percibe una profunda espiritualidad y una gran sabiduría además de conservar los nombres de algunos de estos santos que nos han llegado por su fama de virtud e iluminación. Sin embargo, no nos quedan testimonios de estos, más cercanos y anónimos, gente corriente que dedicaron sus vidas a encontrarse con Dios.

Los eremitas muestran una espiritualidad limpia, sin grandes artificios, son protagonistas de un recorrido en la cadena de la “revelación” y el “conocimiento real” y, aunque su función y modelo acabó, somos deudores de sus logros y herederos de su experiencia.


Si alguna vez pasan por allí o por otros eremitorios parecidos de los muchos que todavía podemos visitar, propongo que los recordemos y hagamos un tan justo como sencillo homenaje a su anónima memoria.

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