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MONTSE SIMÓN

MONTSE SIMON

YOGA Y VEDANTA
Licenciada en Filosofía y practicante de artes marciales japonesas durante más de seis años. Esto inició su interés por la sabiduría oriental junto a la práctica y aprendizaje del yoga. Durante tres años estudió sánscrito en la Banaras Hindu University. La asistencia a retiros y estudios contemplativos la han llevado a adquirir grandes conocimientos de algunos de los textos principales de Advita Vedanta. Su experiencia le ha llevado a impartir clases de sanscrito, yoga o participar en seminarios de sabiduría hindú.

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Autoconocimiento

246 ILUS MONTSEHay un interés creciente por actividades y terapias que propicien el autodesarrollo y el autoconocimiento. Cada vez es más frecuente escuchar acerca de la importancia de conocerse a uno mismo para vivir la vida con mayor armonía y felicidad. Sin embargo, en muchos casos no nos detenemos a pensar qué significa esto de conocerse a uno mismo y qué implicaciones tiene.

Llegados a este punto, el advaita vedanta tiene una interesante aportación que ofrecernos: el reconocimiento de que lo que somos en verdad, no es lo que creemos ser habitualmente. Pero vayamos por partes.

¿Qué queremos decir con “conocer”?

Se puede conocer de muchas maneras y no conoce igual quien conoce los nombres de distintas especies botánicas, que quien conoce como hacer un buen cocido, o la madre que conoce profundamente a su hijo.
Cuando hablamos de conocer, en este contexto, no hablamos de la adquisición de información o de ciertas habilidades sino que nos referimos a un conocimiento sentido, un conocimiento que no se tiene sino que se es. Este conocimiento se produce en la parte más refinada de la mente, en la mente aquietada y serena, que puede ver sin juzgar, reposando lo que contempla tanto en la acción como en el descanso. El verdadero conocimiento tiene que ver con la sabiduría, que a su vez hace referencia a la capacidad de saborear y por lo tanto de integrar aquello que se conoce, es decir, ser lo que se conoce.

Al hablar del conocimiento de uno mismo, podemos caer en el error de creer que tener mucha información sobre el pasado o los rasgos de la personalidad equivale a conocerse bien.

¿Quién es ese uno mismo al que aplicamos el conocimiento?

La otra parte de la palabra autoconocimiento, es la que hace referencia a uno mismo. Y surge entonces la pregunta de oro: ¿quién soy yo?

Habitualmente identificamos lo que somos con nuestra biografía, las tendencias de nuestra personalidad, lo que pensamos, lo que sentimos, lo que hacemos, lo que sabemos y lo que tenemos. La identificación con estas partes conlleva a menudo la reducción de lo que somos a ellas, olvidando por completo la consciencia que subyace en todas, algo o un vacío fértil que sostiene como un hilo invisible lo cambiante y pasajero en nosotros.

Al preguntarme ¿quién soy yo? Me quedo en silencio, no puedo decir soy esto o aquello sin sentir que estoy falseando la respuesta... Entonces conocerme a mí misma significa penetrar en ese silencio, en ese no-saber qué, capaz de ser consciente de todo lo demás.

Si considerara que soy la suma de las partes cambiantes, sería difícil el autoconocimiento ya que aquello que pretendemos conocer ya ha cambiado en el momento en que lo conocemos. Al reducir el autoconocimiento al conocimiento de la propia biografía, lo estoy basando en algo que ya no está, que ya cambió y lo único que hay ahora es lo que yo pienso acerca de aquello, y eso que yo pienso ¿quién lo piensa? ¿Quién lo ve?
En sánscrito para referirse al sí mismo se utiliza la palabra ātman. Es un pronombre que hace referencia a uno mismo, como el self en inglés. Y el advaita vedanta nos recuerda que eso que somos es la consciencia universal, a la que llaman brahman. Pero esa consciencia no es sólo un nombre, no se trata de un mero concepto abstracto para referirse a lo trascendente, sino aquello gracias a lo cual puedo escribir esto y tú puedes leerlo; aquello gracias a lo cual respiramos y por lo que el universo entero aparece ante nosotros de forma consciente; aquello que hace posible que conozcamos las limitaciones y vivencias de nuestra personalidad:

“Cuando él brilla, el mundo entero refleja su luz. Todo este mundo se ilumina con su resplandor.” Muņdaka Upanişad, 2.2.10

Lo relevante al mirar hacia nuestra biografía, tendencias, limitaciones, etc. es aquello en nosotros capaz de ser consciente de todo lo que va y viene, de las vivencias, de los sentimientos, de las emociones, de los pensamientos, del cuerpo... Porque esa consciencia es lo que constituye nuestro ser más profundo y su expresión, que consiste en el darse cuenta de todo lo demás, es el camino de expresión de lo más genuino de nosotros mismos, libres, sin dejarnos atrapar por las redes hipnóticas del ego, del pasado, de la identificación con lo pasajero.

Con esto no quiero decir que no sea útil mirar los obstáculos, los aspectos limitantes de nuestra personalidad, la herida que da lugar a esos aspectos... Igual que para despertar de un sueño lo importante no son los detalles del sueño sino tomar conciencia de que estoy soñando; del mismo modo lo útil de mirar y ver nuestras limitaciones, no es conocerlas en detalle e identificarnos con ellas, creyendo que somos ese saco de historias acerca de nosotros mismos, sino darnos cuenta de la luz que en nosotros es testigo de todas esas historias, aquello que es mucho más amplio y que nos sostiene. Al reconocer eso, puedo apartar-me para reconocer lo más auténtico en mí y ser sostenida por lo que soy en esencia. Desde ahí surge la dinámica de su (mi) libre expresión, libre de la falsa identificación con lo que no soy, libre de todo engaño.

Cualidades para reencontrar la plenitud

244 MONTSE

El advaita vedanta nos describe una serie de cualidades que debemos desarrollar todos aquellos quienes aspiremos a la libertad última, a la plenitud en vida. Una plenitud que ya somos. pero vivimos olvidando.

En estos momentos excepcionales estas cualidades puestas en práctica resultan liberadoras, nos conducen a mirar con honestidad nuestro fondo último y el de la realidad, que resultan no ser distintos.

Veamos en qué consisten esas cualidades:

1. El discernimiento.

Esta cualidad consiste en algo que pareciera obvio pero que habitualmente olvidamos, a saber, la distinción entre lo que es pasajero y lo que es eterno.

No demos por supuesto que existe algo que es eterno. Solamente tomemos conciencia de todo aquello que es pasajero. Lo que queda por ahí cuando hemos descartado todo lo pasajero, eso es lo eterno. Examinemos la importancia que atribuimos a distintos asuntos y aspectos de la vida y démonos cuenta de su naturaleza pasajera. Dentro de lo pasajero, examinemos también y pongamos luz en lo que depende y lo que no depende de nosotros. Apliquemos el discernimiento también entre aquello que nos acerca a una paz y alegría profundas que no dependen de nada externo, y aquello que nos aleja de ellas. Resulta que nos acerca a ellas la actitud que trata de vivir con honestidad lo que es tal y como aparece en cada momento, la voluntad de mirar con profundidad y acoger lo que esa mirada nos aporta paso a paso. Y en cambio nos aleja de ellas la falsedad, lo impostado, la superficialidad que se mueve en el ámbito de las apariencias... Cuando observo y aplico el discernimiento desde la más honesta verdad de la que soy capaz en cada momento, me doy cuenta de que lo único que permanece en medio de todo lo pasajero es la lucidez interna que permite la observación. Y esa lucidez es paz, es dicha, porque descansa en sí misma. Es eterna porque se encuentra fuera de la lógica espacio-tiempo y no se ve condicionada por nada.

2. El desapego.

Esta segunda cualidad solo se comprende a la luz de la primera: cuando somos capaces de discernir lo pasajero de lo que no lo es, cuando distinguimos lo que depende de nosotros de lo que no y lo que nos conduce hacia la alegría y la Verdad y lo que nos aleja, espontáneamente abandonamos la mayoría de los deseos. O los vamos substituyendo por deseos que tienen más que ver con el anhelo de plenitud. Comenzamos a ver el mundo desde una perspectiva más global, a comprender que los mecanismos de la Vida son misteriosos y se manifiestan a través de un continuo aparecer y desaparecer y dejamos de atribuir una importancia tan crucial a determinados objetos, relaciones, circunstancias... Igual que un niño se desapega espontáneamente de sus juguetes a medida que va creciendo, del mismo modo, nos desapegamos de forma natural cuando asumimos lo pasajero de la vida y descansamos en lo eterno de la conciencia que mira. El modo de aplicar este desapego es a través de una mirada lúcida, con discernimiento, ya que el desapego es su consecuencia directa.

3. El grupo de las seis cualidades:

La serenidad. Debemos forjar un mínimo de calma mental. Puede ayudarnos el simple acto de respirar profundamente, alargando la exhalación. Cuando estamos nerviosos y respiramos profundamente tranquilizamos la mente y podemos ver las cosas con mayor ecuanimidad. La serenidad también se refiere aquí a la capacidad de concentrar la mente en un solo objeto.

El control de los sentidos. Cuando la mente está mínimamente calmada y hay un cierto grado de ecuanimidad, podemos entonces tomar las riendas sobre los sentidos. Los sentidos están hechos para conectarnos con el exterior y en la medida que se posan en un objeto y en otro, nuestra mente suele identificarse con esos objetos. Si ya hemos pacificado la mente previamente, recoger los sentidos resultará más sencillo ya que la propia calma nos pedirá ese recogimiento. Ambos van de la mano.

La quietud. Una vez la mente está calmada y los sentidos recogidos hacia dentro, sólo queda descansar en el propio recogimiento y en la conciencia que lo ilumina. Es el recogimiento surgido del abandono del movimiento, de las acciones y los sentidos.

La resistencia. Esta cualidad consiste en desarrollar en nosotros un cierto espíritu de aguante, de saber mantener el tipo ante las situaciones que se nos presentan en la vida. Suele citarse como ejemplo la resistencia a los pares de opuestos, como son el frío y el calor. Es un ejemplo que simboliza las dualidades hacia las cuales solemos sentir afecto o rechazo, según nos generen placer o dolor. La cualidad de la resistencia podría explicarse con el dicho popular de “no ahogarse con una gota de agua”. Se trata de forjar la ecuanimidad y eso se hace observando lo que sentimos, atravesándolo sin que nos arrastren el agrado o el desagrado.

La confianza. A veces se habla de esta cualidad como fe, pero no tiene que ver con una visión ciega, sino con la confianza en el fondo último de la vida que procede de un examen minucioso, y la confianza también en las enseñanzas que recibimos de un maestro, tome este la forma que tome. El maestro sólo existe en tanto que hay alguien dispuesto a aprender y cuando tenemos la apertura y la disposición de aprender, todo a nuestro alrededor se convierte en enseñanza. Ahora bien, es necesario confiar en esas enseñanzas, porque si la duda se instala de forma permanente se convierte en un obstáculo. La determinación a confiar en nuestro fondo juega aquí un papel crucial.

La contemplación. Consiste en fijar la mente en Aquello que no tiene nombre ni forma. Una vez desarrolladas las cualidades anteriores, surge la contemplación en lo más profundo y puro de nuestro ser, la observación de la luminosidad que somos, y que es la Realidad que sostiene todo lo cambiante y múltiple de la existencia.

4. El anhelo de liberación

Es necesaria una chispa de anhelo que nos mueva a forjar todo lo anterior. Sin el más mínimo deseo de autoconocimiento y de liberarnos definitivamente de las cadenas del sufrimiento, no desarrollaríamos ninguna de las cualidades anteriores. Este deseo de liberación cuestiona hasta dónde estamos dispuestos a llegar, cuál es nuestro grado de compromiso con la Verdad y la plenitud. En el ámbito de la autorrealización no hay regateo posible. Tan honestos y dispuesto estamos a conocer, tanto se nos revela la Verdad. Ahora bien, no debemos confundir el anhelo de liberación y Verdad con la proyección de lo que, desde nuestra ignorancia, imaginamos que es la liberación, la Verdad, la plenitud... Se trata de un anhelo abierto, que se fomenta tomando conciencia del sufrimiento del mundo y anhelando trascender dicho sufrimiento.

En definitiva, el desarrollo de estas cualidades en nosotros nos dirige irremediablemente hacia el reencuentro con la plenitud que habita en nuestro fondo y la posibilidad de permitirle brillar totalmente.

¿Camino a la Felicidad?

236 MONTSEEs fácil que estemos de acuerdo en que no queremos sufrir, incluso es probable que estemos de acuerdo en que todas las personas queremos ser felices. Nos esforzamos por conseguir todo aquello el mayor bien, actuamos en pos de la felicidad, del bienestar y, en fin, tratando de evitar el sufrimiento. Incluso la persona que se autodestruye deliberadamente, suele hacerlo porque es la única salida que ve a su sufrimiento.

Ahora bien, ¿por qué si queremos ser felices a toda costa y llevamos a cabo las acciones que creemos que nos acercarán a la felicidad seguimos sufriendo?, ¿por qué creemos caminar hacia la felicidad y, en ocasiones, sentimos que nos alejamos de ella?

Una posible respuesta es que la “felicidad” entendida como un estado de alegría y bienestar constantes, dependiente de una serie de factores y objetos externos a uno mismo, y que niega toda forma de dolor, no existe. De modo que si esta es la felicidad que buscamos no podremos hallarla jamás, porque esa siempre va a necesitar de algo que no depende de nosotros y va a sentirse insatisfecha, en el anhelo de lo que nos falta y el rechazo de lo que hay.

Otra respuesta, que a mi modo de entender va de la mano de la primera, es que las acciones que llevamos a cabo en pos de la felicidad no responden, en muchos casos al fin que les atribuimos. Por ejemplo, voy de viaje, acudo a una fiesta, me apunto a yoga, compro un montón de libros, o salgo con una persona, trato de coger trabajos que me den caché social, etc. creyendo que todos eso me hará feliz, pero al cabo del tiempo me doy cuenta de que todo eso por sí mismo no tiene la capacidad de hacerme feliz.

Si creemos caminar hacia la felicidad y resulta que no llegamos a ella, en algo nos estamos equivocando. Ya hemos visto que la felicidad basada en algo externo es como una zanahoria que se aleja a cada paso que damos hacia ella, se trata de un ideal inalcanzable, que se fija en lo finito para reclamarle un gozo infinito y rechaza realidades que no dependen de nosotros.

Pero ¿y si entendemos la felicidad como un estado íntimo de paz, el reposo en el hecho de ser, el regocijo de ser testigo del vaivén de la vida, con sus placeres y sus desdichas?
Si comprendemos la felicidad como reposo del ser en el ser mismo y por el ser mismo (en la Gītā se describe al sabio como aquel que “permanece satisfecho en sí mismo por sí mismo”) indudablemente esto ha de cambiar nuestro rumbo.

El camino es hacia dentro, hacia el reconocimiento de nuestro ser más auténtico y la posibilidad de descansar en el hecho mismo de ser. Y hay acciones que facilitan esto mientras que otras acciones pueden dificultarlo. Aun así, en última instancia, no depende de las acciones en sí, tal como planteábamos en el ejemplo del viaje, la fiesta, etc., sino de la finalidad y la actitud con que las llevamos a cabo. Si llevo a cabo las acciones con las expectativas puestas en el resultado y en todo lo que me rodea, si camino pendiente de lo que los demás digan o piensen, pendiente de agradar, del éxito, de llegar, de demostrar... me estaré alejando de la felicidad que persigo. En cambio, si llevo a cabo las acciones observando la respiración, consciente del sentir de todo el cuerpo, escuchando la voz que habla desde lo más profundo de mí, emergida del Silencio, realizando la acción por la acción misma sin apegarme a los resultados y convirtiéndome en testigo de la tendencia de la mente a la expectativa y la posesión, me estaré acercando más a la felicidad, a la dicha de ser y saberme manifestación de Vida.

La tradición védica del hinduismo da una guía muy sugerente. Ellos proponían cuatro valores fundamentales que rigen la vida de los seres humanos:
1. La virtud. Hacer lo que podemos y debemos hacer para contribuir en la sociedad y mantener un orden que busque el beneficio y sostén de todos los seres.
2. La riqueza y todo lo que tenga que ver con producir cosas de valor o la aspiración de poder.
3. La satisfacción de los deseos y placeres sensuales.
4. La liberación, que implica el autoconocimiento por el que trascendemos el sufrimiento.

Todos estos valores son legítimos, siempre que respeten el primer valor, conocido como dharma. Generar riquezas o satisfacer los deseos que nos surgen es completamente válido siempre que no sea a costa de otros seres, lo cual implicaría pasar por alto el dharma.
Sin embargo, el valor de la liberación, tiene una profundidad que modifica el sentido de los demás. La posibilidad de vivir en paz, libre de la esclavitud hacia el “yo” y lo “mío”, libre del sufrimiento que nos produce ser víctimas de nuestros pensamientos y pasiones. Es un valor último que ilumina y da una nueva dimensión al resto. Generar riqueza está bien si se hace con respeto por los demás seres y el entorno, pero puede quedarse en lo superficial y devolvernos fácilmente al engaño de que la riqueza nos hará plenamente felices. En cambio, cuando el fin último es caminar hacia lo más verdadero en nosotros mismos y en los demás, trataremos de producir la riqueza enfocados hacia esa autenticidad que es dichosa, puliendo todo aquello que nos aleja de este fin.

A la luz de esta reflexión resulta pertinente preguntemos ¿qué valores están rigiendo mi vida?, ¿me acercan estos valores a la paz y la felicidad del corazón?, ¿me alejan?, ¿tengo claro lo que entiendo por felicidad?, ¿es la felicidad que me planteo un ideal?, ¿me siento en paz conmigo misma y con el mundo?, si no es así ¿qué hay que dependa de mí que pueda hacer al respecto?, ¿si ahora mismo estuviese en el lecho de muerte, ¿cómo querría haber vivido?, ¿qué cosas en mi vida me acercan a esa paz y goce de ser y qué cosas me alejan?

Responder a estas preguntas y otras similares, puede sernos de gran ayuda para discernir con claridad qué dirección estamos tomando en nuestra vida y si caminamos o no hacia la felicidad.

COLABORADORES Revista Verdemente