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JUANCHO CALVO

ZEN Y VIDAJUANCHO FOTO ROJO
Licenciado en Bellas Artes y formado como director de cine y televisión en Estados Unidos, ha dirigido películas y numerosas series de tv, ha recibido premios por su trabajo como director y ha creado su propio entrenamiento para actores y actrices que desean madurar conscientemente en el arte de la interpretación. Camina desde hace décadas la Vía del Zen y profundiza en la práctica del Seitai y del movimiento natural espontáneo, formándose regularmente con maestros europeos y japoneses y prestando siempre especial atención a la meditación y al movimiento en su relación con la creatividad y el desarrollo del potencial humano. Es el responsable de "Zen y Vida" y ofrece el "Taller de Meditación Zen", integrando el valioso legado del Zen tradicional en el contexto occidental actual y acompañando a personas que sienten el anhelo de desplegar sus vidas de forma más despierta y plena.

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Lo imprevisto

246 JUANCHO1Ante la abrumadora circunstancia que se nos ha venido encima de repente, con la crisis del virus, la pandemia, el confinamiento, y todo lo que esto ha traído consigo, la mayoría de las personas nos hemos tenido que encarar con "lo imprevisto". Y es que estamos tan acostumbrados a manejarnos con la idea de "lo previsto", que damos por buena una creencia que es un completo disparate: que la vida puede verse antes de que pueda ser vista ("pre-vista") y que, por tanto, podemos separar "lo previsto" de "lo imprevisto" y organizar así la realidad para poder movernos en ella.

Esa fórmula es simplemente un engaño. La meditación y la práctica zen nos muestra con claridad que la vida no nos sorprende con lo imprevisto a veces, sino siempre. La vida no es imprevista a veces, la vida es imprevista siempre, a cada instante, pero yo no me doy cuenta porque soy adicto a "lo previsto". Solo veo aquello que ya he visto previamente, porque solo reconozco aquello que ya he conocido previamente. Ver lo nuevo necesita del abandono de lo viejo. Más exactamente: ver con ojos nuevos necesita del abandono de los ojos viejos, y esto me cuesta mucho. La vida no es un bucle que se repite sin cesar. Soy yo quien está en bucle y proyecto sobre la vida mi experiencia pasada, mi pensamiento pasado, mi yo-aprendido con mi vida-aprendida, de manera que yo mismo me pongo delante de mí mismo y me tapo, y me impido ver lo que -hasta ahora- era imposible haber visto, que es precisamente este instante tal y como es ahora, y que solo ahora puede ser visto.

Afincado en mi gueto mental, atiborrado con mi propia propaganda sobre mí mismo, no me doy cuenta de que veo las cosas antes de verlas, porque las recuerdo, las pienso, las etiqueto y las juzgo, y aunque las miro no las veo. Miro la realidad pero me proyecto sobre ella de tal manera que me estoy mirando a mí mismo, como si viera constantemente un selfie de mi propia mente. A veces lo que pienso que veo coincide con lo que tengo pensado y previsto y entonces me digo que "esto es lo previsto". Otras veces lo que pienso que veo no coincide con lo que tengo pensado y previsto y entonces me digo que "esto es un imprevisto". Si mi mente estuviera completamente abierta y liberada, sería plenamente consciente de que todo lo que está sucediendo ahora nunca antes había sido visto. Mi programa para registrar, memorizar, aprender, que permite que mi yo se maneje en la realidad con seguridad, se ha vuelto contra mí y, para que el yo mantenga su seguridad, me impide ver que todo se renueva y danza ante mis ojos con total espontaneidad. Lo aprendido anteriormente me da seguridad, pero esa seguridad no me deja aprender lo nuevo.

En la meditación zen y en el día a día es fundamental soltar aquello que creo que ya he visto previamente y aquello que creo que voy a ver posteriormente, dejar de agarrarme a lo previsto (que es pasado) y dejar de proyectarme hacia lo previsto (que es futuro). Saltando automáticamente del pasado al futuro me pierdo lo único que es verdaderamente real en este momento: el presente. En el presente nada es ni previsto ni imprevisto, todo es simplemente, visto. Meditar es dejar de dar todo por visto y soltar la creencia de lo imprevisto, abandonar la previsión y abrirse a lo no-visto, aprender a simplemente Ver Todo, tal y como es a cada momento.

Resulta además apasionante comprobar que lo que yo considero imprevisto despierta también en mí aspectos propios que nunca antes había visto. La realidad imprevista despierta un yo imprevisto. Esto me da la oportunidad de desplegar todo mi potencial, me ofrece un conocimiento de mí mucho más amplio y un funcionamiento vital mucho más rico. Por desgracia, igual que me resisto a que la realidad sea nueva y diferente, yo me resisto a ser yo mismo nuevo y diferente. Haciendo de mi yo-previsible mi propio mantra inconsciente, tiendo a ser siempre el mismo, a ser siempre este yo-previsto. Por suerte, la vida se encarga de agitarse y de agitarme, para poder explorar lo nunca antes visto, que quizás es la soledad, la tristeza, el miedo, la rabia, la impotencia, o quizás la confianza, la paciencia, la lucidez, la empatía, la fuerza...

Con la luz que aporta la práctica zen, descubro que puedo descansar y confiar en la vida y en mí, experimentando la perfecta estabilidad y, a la vez, experimentando el baile con la vida y su danza espontánea. La vida se redescubre constantemente y yo puedo redescubrirme constantemente también. De esta manera, puedo descubrir algo mas esencial que ese pequeño ser que duerme ignorante creyendo tenerlo todo previsto, y más esencial que ese pequeño ser que se alborota reactivamente ante cualquier imprevisto. Puedo descubrir el Ser más profundo y creativo, de donde surgen todos los seres. Al descubrir lo esencial pierdo el miedo y descubro una mayor confianza y una mayor libertad, en la profundidad del ser y en la forma del ser, y disfruto de cada momento, respondiendo plena y espontáneamente a todo lo que surge, actualizándome en cada oportunidad, de la misma forma en que se actualiza toda la existencia.

La importancia de parar

241 ILUS JUANCHOwPara experimentar la realidad tal y como es y experimentarme a mí mismo tal y como soy, y poder así estar en paz con la realidad y conmigo, el Zen lo tiene muy claro: no tengo que parar mi mente, tan solo tengo que pararme yo. Por eso me siento en silencio, sin moverme, y estoy con la realidad y conmigo. Simplemente respiro y presto atención. Aprender a parar es aprender a cuidarme, a salir de la trampa del hacer, del conseguir, del querer, y entrar más a menudo en el simplemente estar, simplemente ser. Amar el momento presente tal y como está, sin tener que llenarlo de nada más. Este es el punto básico e inicial del ejercicio que en el Zen llamamos "zazen": parar, sentarme, sentirme, observar.

Muchas de las veces que me alejo de mi práctica regular de meditación es porque voy "a tope". Esto no es algo malo. Al contrario, la vida a veces se mueve muy rápido y entonces todo puede volverse muy divertido y creativo. Lo que sucede es que muy pocas veces "a tope" quiere decir "divertido" o "creativo", sino más bien todo lo contrario: tensión, cansancio, distracción, preocupación, y esto es señal de que me estoy olvidando de mí, me estoy pasando por alto, me estoy dando plantón. Cuando entro en esa dinámica de "olvido de mí" es muy fácil caer en el estrés, no darme cuenta de que he caído, y no saber cómo salir. Muchas veces, cuando dejo mi práctica de lado es que, en realidad, me estoy dejando de lado yo, porque estoy yendo demasiado rápido para mí. Lo paradójico es que, precisamente en los momentos en los que más me cuesta parar y encontrar tiempo para sentarme a meditar, es en esos momentos cuando más me hace falta. Así que mi "imposible-parar" es precisamente mi señal oportuna y clarísima de que necesito-parar. Por eso, si escucho la señal, entonces bajo el ritmo, paro un momento y me siento a simplemente observar.

Pararme justo en ese momento crítico del "imposible-parar" no significa detener la actividad y perder el tren de la vida, significa repostar, ver el mapa completo y pasar a la acción mucho mejor. En realidad la parada lúcida es el paso previo a la acción lúcida. Por eso, cuando la acción me atropella tanto que creo que no puedo parar, es precisamente en ese instante cuando veo que tengo que parar y así renovar mi energía, conectar, ver claramente y descubrir qué es realmente necesario y así poder entrar mejor de nuevo en la acción. Esta es la diferencia entre una reacción automática y una respuesta correcta. Una parada compasiva da paso a una acción compasiva. Aun así, lo cierto es que me resulta muy difícil parar y quedarme quieto sin hacer nada. ¡Con la de cosas que tengo que hacer! El reloj parece ir muy despacio y mi inquietud intenta empujar el tiempo. Por eso, he de hacer un pacto conmigo y con el reloj. Ambos hacemos un equipo perfecto, él hace su trabajo para que yo pueda hacer el mío: él entrega toda su atención al control del tiempo y yo pongo toda mi atención en entregarme a lo que está más allá del tiempo. Tras este acuerdo, me paro y simplemente respiro en zazen.

"“Zazen” me enseña lo sumamente importante que es aprender a parar y saber cuidarme, saber cuidar a los demás y saber cuidar el mundo. Tan solo si me cuido yo puedo realmente cuidar a los demás y puedo cuidar el mundo". A primera vista, esto parece muy sencillo. Pero, ¿qué hago cuando me paro? De forma compulsiva se activa en mí el impulso de hacer, tener, llegar, conseguir, porque pienso que toda actividad se basa en "alguien" haciendo "algo" para conseguir "algo". Y como planteo mi parada como una actividad, al principio convierto también mi meditación en una actividad, en un medio-para-algo, para-alguien, y así estoy un tiempo, minutos, meses, años, hasta que felizmente acontece el descubrimiento y me doy cuenta: meditar es para nada, meditar es tan solo pararme y tan solo Ver, precisamente ver la dinámica automática del "Para-esto", del "Para-mí", y al verla soltarla instante tras instante.

“Zazen” es parar y es parar los "para". “Zazen” es el verdadero arte de parar. En realidad puedo parar estando sentado o moviendo mi cuerpo, comiendo despacio o paseando, abrazando a alguien o mirando un paisaje... porque la verdadera parada es interna: no buscar nada más que Esto, estar solamente en Esto, dejar caer la voracidad, la utilidad, la acumulación, el logro... Es entonces cuando la vida se abre ante mí y las nuevas ideas aparecen, los sentimientos y las voces del pasado me hablan para indicarme el camino, los objetos me hablan, los otros seres, la Vida me habla. Tan solo tengo que parar, callar, abrir espacio, sentir, escuchar. “Zazen” me enseña lo sumamente importante que es aprender a parar y saber cuidarme, saber cuidar a los demás y saber cuidar el mundo. Tan solo si me cuido yo puedo realmente cuidar a los demás y puedo cuidar el mundo. Así de honda es la importancia de parar. Y para eso no tengo que conseguir que se pare el reloj, ni el mundo, ni siquiera la mente, para eso tan solo tengo que pararme yo.

Mente de Principiante. Mente del Principio

237 ILUS JUANCHO wEn el Zen hablamos muy frecuentemente de "Shoshin", un término chino-japonés que habitualmente se traduce como "Mente de Principiante" y que se hizo popular en occidente gracias al libro "Mente Zen, Mente de Principiante". Desde entonces, se habla mucho de lo difícil que resulta vivir con Mente de Principiante, pero no tanto del dilema que genera una compresión insuficiente de este asunto. ¿Cómo es que estos maestros son tan sabios y expertos, pero a mí me piden que tenga mente de novato? ¿Dónde dejo mi experiencia vital cada vez que pretendo hacer las cosas como si fuera "la primera vez"? Lo cierto es que la Mente de Principiante no se refiere a una constante mente de aprendiz sino a algo más hondo e importante que puede experimentarse en diferentes grados de profundidad.
Cada día que vivimos, recibimos y acumulamos valiosas experiencias y aprendizajes que van configurando nuestra capacidad para estar en el mundo. Este es un proceso natural y necesario. Pero estas experiencias derivan en conclusiones, fijaciones, condicionamientos, prejuicios, etc., y todo esto en su conjunto (lo que podríamos llamar el yo) se antepone a la vivencia pura, generando una dinámica de reacción continua que contamina la experiencia. Habitualmente el yo se interpone de tal manera que lo que percibimos no es la realidad misma sino una pseudo-realidad yosificada, o sea un yo mirándose a sí mismo. No veo las cosas tal y como son, veo a mi yo haciéndose un selfie continuamente.
Mi experiencia habla siempre del pasado, La Experiencia habla siempre del presente. Por eso, en primera instancia, la "mente de principiante" se refiere a la de alguien cuya mente discriminativa no limita su experiencia de la realidad tal y como es. No se trata de censurar la experiencia de nuestro yo, se trata de que el yo no censure nuestra experiencia. Pero esta actitud de mirada siempre-a-estrenar es solo una primera forma de vivenciar la mente de principiante. Adentrándonos en el zazen (meditación zen) podemos además descubrir y vivir una dimensión más profunda de la propuesta.
El término original chino/japonés de "Shoshin" (Mente de Principiante) se forma uniendo los ideogramas "Sho" y "Shin". El término "Shin" se refiere a la dimensión profunda de corazón-mente-fondo que en occidente a menudo se traduce como "mente". A su lado, el ideograma "Sho" (sho-shin) hace alusión a "una tela nueva justo antes de ser cortada para hacer un vestido". Por lo tanto, en realidad, "Shoshin" no se refiere a la forma en que utilizamos la mente (actitud de principiante) sino a la mente misma antes de que la utilicemos, no a lo que la mente hace sino a lo que la mente es, antes de que aparezca en ella el corte discriminativo. Este es el inicio mismo previo a cualquier movimiento de la mente. Esta es la Mente del Principio.
En la práctica Zen esto es una clave fundamental. La Mente del Principio es la Mente de Buddha, la Naturaleza Esencial, lo que en otra tradición presentan como El Paraíso: el momento previo antes de que el ser humano coma del árbol del conocimiento y aparezca en él la idea de bueno/malo que le hace sentir vergüenza y esconder su naturalidad tras una hoja de parra. En el Zen este pecado original no existe y nadie es expulsado nunca del paraíso. En el Zen comer de la manzana del conocimiento discriminativo es considerado tan solo una tendencia natural que genera la idea de separación y pone en marcha el mecanismo del sufrimiento.
Esta tendencia a la fantasía de la división hace perder de vista que originalmente todo es Uno, que el paraíso es la Naturaleza Esencial y que ninguna actividad de la mente ni corta ni mancha ni reduce nuestro fondo incondicional e inalterable. La tela infinita de donde surgen todos los vestidos de la existencia solo recibe cortes y tintes imaginarios en el taller de costura de nuestra ilusión. La Mente del Principio no es algo que está al principio y luego se pierde. La Mente del Principio es la Mente Original, es la Mente que está Siempre, es la Mente del Principio y del Final.
Nuestra Naturaleza Esencial no es un objeto, ni un estado, ni el resultado de una acción. Por eso el zazen no es un ejercicio para alcanzar un estado, ni para purificar nada ni reparar nada. En zazen penetramos en la realidad y en nosotros mismos, siempre con una mente de principiante más allá de los conceptos, para poder así experimentar y ser a cada instante la Mente del Principio. No damos un paso adelante hacia ningún sitio, nos quedamos quietos en el punto de origen. Descubrimos que el principio no está atrás sino siempre aquí. Confirmamos que el principio no fue antes sino siempre ahora.