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La Sangha. Caminando juntos la vía del Zen

221 ILUS JUANCHO

El camino del zen da siempre mucha importancia a lo que desde hace siglos el budismo llama "Las Tres Joyas". Estas son el Buddha, El Dharma y la Sangha. Estos tres tesoros son tres pilares básicos en los que el practicante se ampara y se inspira constantemente, no como una superstición mojigata sino (todo lo contrario), como un acto de lucidez y compromiso interno que clarifica el rumbo en el camino hacia uno mismo y crea un impulso renovado en esa dirección.
El Buddha es el potencial de persona despierta que, esencialmente todos los seres humanos compartimos. El Dharma es el camino y la oportunidad que se abre ante nosotros a cada momento para desplegar ese potencial. La Sangha es la comunidad de personas que comparten el anhelo del despertar y el compromiso con una práctica que pone ese anhelo en marcha. Por eso no hay sanghas ni pequeñas ni grandes, pues la sangha no es una realidad externa con dimensiones visibles, sino la dimensión interna de una realidad invisible. Una sangha pueden ser las cuatro personas que se sientan en silencio en un parque o los cientos de monjes que se reúnen en el gran zendo de un monasterio, todos igualmente unidos por una red que se teje inconscientemente en el telar del silencio: el zazen.
Cuando un grupo de personas nos reunimos en torno al zazen no somos una cofradía de adoradores que se reúne al amparo de una estatua o un libro, nos reunimos sobre todo al amparo de nosotros mismos. Somos como maderos ardiendo, todos la misma madera, todos el mismo fuego, dándonos lumbre unos a otros. En una comunidad de practicantes zen la sangha es algo que surge de la suma de las partes. Y ese Algo, que es más que la suma de las partes, es precisamente de vital importancia. La sangha no es un concepto, es más bien una tarea, una práctica activa. Una Sangha Zen no es un ente, es una práctica. No es un sujeto, es un verbo, que se conjuga simultáneamente en primera del singular y en primera del plural, actualizando constantemente una dinámica personal y una dinámica de grupo.
En realidad, en cada sesión todos nos acompañamos unos a otros, como si en un día de invierno todos nos abrazáramos para darnos calor unos a otros. La sangha se abraza a sí misma. Esta es la clave fundamental de la experiencia de la sangha, que encierra un secreto importante envuelto en forma de paradoja. Por un lado, para mí estas personas que se sientan a mi lado son la sangha y me acompañan y me dan fuerza durante el camino. Por otro lado, para cada uno de los que se sientan a mi lado yo soy la sangha que les acompaña y les da fuerza durante el camino. Yo recibo calor y yo doy calor. Para mi ellos son la sangha, para ellos la sangha soy yo. Como en un equilibrio imposible, yo me apoyo en los demás y los demás se apoyan en mí.
Una sangha zen es un organismo multicelular vivo y dinámico, cuya cohesión, actividad y sentido le otorgan inteligencia propia, como una duna gigante movida por el viento o como un banco de peces avanzando en la profundidad de la corriente. Una sangha es una bandada de aves humanas migrando juntas hacia un despertar colectivo. Por eso cada una de las tres joyas contiene y manifiesta a las otras dos. La sangha en sí misma es el Dharma. La sangha en sí misma es el Buddha.
El zen no busca que yo pertenezca a un club espiritual. El zen solo busca que yo me busque, y que me busque hasta encontrarme. Y ese encuentro es un experimento asombroso, porque no solo es un experimento espiritual, también lo es psicológico, relacional, social, evolutivo. En una comunidad comprometida con la maduración, mi comportamiento individual inconsciente se vuelve consciente, también para que el comportamiento colectivo inconsciente se vuelva consciente. En ese sentido, una sangha zen es un experimento revolucionario que pone a prueba la experiencia de una nueva forma de relación humana y de comunidad global, que nos reta a cada uno a la creación de mundos profundamente nuevos, mucho más lúcidos, amables y verdaderos.

Juancho Calvo

 

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