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El camino interior

184 JUANNuestra naturaleza humana nos lleva a huir de las experiencias desagradables y buscar bienestar y placer, de modo que inventamos todo tipo de actividades y tareas para encontrar satisfacción y sentido. Básicamente buscamos salud, éxito, reconocimiento y ganancias, y tratamos de evitar la enfermedad, el fracaso, la crítica y las pérdidas. Sin embargo, este planteamiento, por muy razonable que parezca, en la práctica no suele traer resultados.
A lo largo de la vida, por mucho que lo intentemos no conseguimos estar a salvo de los momentos difíciles, la incertidumbre y el dolor.
Ante esto, el trabajo espiritual se plantea como un modo de trascender el sufrimiento de la vida. No obstante, muchos han malinterpretado esta afirmación pensando que si cultivamos nuestra parte espiritual encontraremos un espacio donde estaremos a salvo de la infelicidad. Desde esta perspectiva la espiritualidad se entiende como alcanzar una situación ideal en que nada nos afecta. Además, muchas personas piensan que es posible escapar y refugiarse en un mundo espiritual donde todo es paz, amor y luz. También, algunas personas tienen experiencias de extraordinaria apertura y silencio, y creen que el camino espiritual consiste en lograr permanecer así todo el tiempo. Piensan que si se esfuerzan mucho conseguirán retener la apertura y el gozo que han vivido fugazmente.
Todo esto suena muy bien, y sería maravilloso que fuera verdad. No obstante, tan solo son tergiversaciones del verdadero camino interior. El principal problema radica en que estos malentendidos nos hacen perder mucho tiempo en el proceso hacia nuestra verdadera esencia. El sufrimiento se trasciende cuando reconocemos nuestra naturaleza primordial y sabemos vivir desde ella. Aunque a veces en el entorno espiritual se habla de escapar del mundo lo cierto es que esta afirmación no podemos tomarla en sentido literal. La cuestión es más bien llegar a vivir todas las experiencias humanas con la máxima integridad. Esta es la clave del proceso espiritual y la auténtica liberación del sufrimiento. Se trata de vivir todo lo que nos sucede con lucidez y apertura.

Es de señalar que se trata de integridad y no de intensidad. Hay quienes piensan que lo ideal es vivir todo con mucha intensidad y pasión, pero no es así, vivir con intensidad no necesariamente nos lleva a estar más vivos ni a ser más conscientes, y menos a evolucionar hacia lo que somos. La intensidad nunca dura, su destino es extinguirse, además nos mantiene atrapados en el terreno de las experiencias y nos ata a la identificación con el cuerpo y la mente. Vivir con intensidad sólo retrasa el proceso de ir más allá del ego y reconocer nuestra esencia.
La cuestión es la relación con las experiencias, y necesitamos cultivar una capacidad de vivir con integridad, esto es con apertura, lucidez y conciencia. Aspiramos a reconocer nuestro ser primordial y la forma de llegar a ello es la vida misma, y todo lo que nos sucede.
Nunca elegimos ni controlamos nuestras experiencias. Hay numerosas condiciones en nuestra vida que desvelan nuestra incapacidad de controlar. Por mucho que lo intentemos siempre suceden cosas con las que no contábamos, problemas inesperados y situaciones insospechadas. Lo que realmente podemos elegir es nuestra actitud. Si queremos vivir en paz necesitamos cultivar un cambio de actitud. Esta es la propuesta espiritual.
El verdadero camino interior no consiste en producir un tipo de experiencias espirituales sino en vivir la vida desde otra perspectiva.
Lo primero necesario es la motivación de reconocer nuestra esencia, el anhelo de vivir con más calidad y el deseo de dejar atrás la insatisfacción y las frustraciones vitales. Este suele ser el punto en que somos más débiles. A veces tenemos que pasar por muchas dificultades para querer realmente que haya un cambio en nuestra vida.
No obstante, el aspecto que requiere más esfuerzo es desarrollar una capacidad de disciplina. Necesitamos aprender a evitar que nos arrastren  las situaciones, las personas y el entorno. Además, es preciso un cierto dominio sobre nuestras reacciones emocionales y conocer cómo funciona la mente. Cuando vivimos muchas experiencias que  nos desconciertan, irritan, seducen, etc. perdemos la capacidad de estar presentes en este momento y la posibilidad de vivir lo que sucede con apertura y lucidez. Además si vivimos bombardeados de estímulos acabamos reaccionando mecánicamente y repitiendo nuestros patrones emocionales habituales. El resultado es la imposibilidad de cambiar nuestro modo de vivir lo que sucede. Acabamos en una cadena de reacciones que nos domina y nos aleja de nosotros mismos.
Es preciso un cierto equilibrio, aprender a volver al centro una y otra vez. Necesitamos la disciplina de detenernos a menudo durante el día y quedarnos con nosotros mismos, más allá de la situación en que estemos inmersos. En la práctica esto significa, pararnos a observar la experiencia corporal y mental sin quererla cambiar. Aprender a observar con tranquilidad todo lo que nos sucede. No es pues, pararse a calmar la mente o relajar el cuerpo, sino la contemplación de lo que estamos experimentando con lucidez, apertura y claridad.
La atención serena a las experiencias vitales es fundamental. Se trata de cultivar una capacidad de reconocer lo que sentimos, lo que pensamos, lo que estamos viviendo. Muchas personas están tan desconectadas de sí mismas que no son capaces de observarse y conocer sus sentimientos y emociones. Este reconocimiento implica dejar de estar en conflicto con lo que nos sucede, abandonar el victimismo y la culpa, y estar dispuestos a modificar nuestra relación con la experiencia.
Es preciso mirar lo que sentimos con cierta perspectiva, poniendo en contexto las causas y condiciones que lo han producido. Además, necesitamos desprendernos de la sensación de experiencia personal que se genera e investigar la presencia de la conciencia que reconoce todo esto. Esta tarea de lucidez y conciencia nos va a llevar a dejar de estar atrapados en las experiencias y nos conduce a una vida más libre, completa y plena.
El modo de medir el progreso se encuentra en la respuesta que damos a lo que la vida nos presenta. En los estados más evolucionados respondemos con compasión y con sabiduría. La consecuencia más visible de todo ello es que dejamos atrás todas las actitudes narcisistas y dependientes, y nos volvemos mucho más compasivos con los demás. Nos sentimos cerca de cualquier persona, vivimos con el corazón más abierto y de un modo natural deseamos contribuir a la felicidad de los demás.
Ahora bien, para llegar a esto, hemos tenido que recorrer un largo camino hacia nosotros mismos. Un proceso en el que vamos soltando todos los procesos mentales de identificación con la experiencia. La liberación del sufrimiento no es dejar de sufrir, sino dejar de sentir el sufrimiento como algo personal.
El camino interior no es pues evitar que nos afecten las cosas sino un trabajo de conciencia y observación de las experiencias de la vida en el cual se desvela que todo lo que sucede es impersonal. Nos lleva a desarrollar la lucidez que descubre que este individuo que sufre y anhela ser feliz es una construcción mental sin ninguna realidad objetiva. Cuando dejamos de sentir que el sufrimiento nos sucede a nosotros se produce la liberación del mismo.

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