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Céfiros del pasado

243 CHEMAHe situado un micrófono virtual a una altura considerable: ¡65.000 años atrás! Con él estoy buscando las primeras huellas del sonido que el hombre ha usado para comunicarse con la naturaleza, sus dioses y diosas, y sus propios congéneres. Los resultados aún son difusos, pues los humanos se desperdigaron desde África, a toda Europa y Asia, lo cual no facilita su localización. Sigamos pues las huellas de su acción devocional a través de su larga historia.

Sabemos que la primera flauta de hueso se encontró en la cueva de Hohle Fels, cerca de Ulm, en Alemania, junto con otros instrumentos, con una datación de 36.000 años. Sabemos también que en la cueva de Isturits —País Vasco francés— hay también un hueso de ave agujereado en escala pentatónica, datado en 32.000 años atrás. Momentos interesantes de la Prehistoria del hombre que darían pie al arte musical. ¿Arte? ¿Intento de comunicación con lo intangible, lo cuántico, la fuente de partida?

Pero nuestro micrófono busca huellas aún más antiguas. ¿Dónde están esos primeros humanos que utilizaban instrumentos fáciles de construir? Hablamos principalmente de conchas y caracolas, de cuernos y astas, de silbatos y arcos de boca. Sencillos útiles que la naturaleza regalaba al sapiens para que éste, horadando previamente la carcasa y vibrando después los labios, experimentara el sonido de la llamada, del aviso de su presencia en este mundo. ¿Hay alguien ahí?

SHIVA NATARAJA

La primera vez que escuché una caracola o shnakar, fue en Hampi, un valle sagrado de India central. Allí, en uno de los enclaves de peregrinaje más antiguos del mundo, donde habitan más de 350 templos, los shadus o yoguis, soplan la caracola anunciando su presencia y su devoción a Shiva, su mentor. Entre los atributos que esta deidad luce en su representación como Natarja no falta la Shankar o concha, que con su soplido restablece el orden cósmico. Nuestro micrófono se dirige ahora hacia Indonesia, concretamente a la isla Célebes, donde un grupo de científicos acaba de encontrar pinturas rupestres de una antigüedad que quita el hipo: 44.000 años. Nada menos que el doble de tiempo que el arte rupestre descubierto en Europa, con una antigüedad de 21.000 años. El Sapiens que en los orígenes de su camino evolutivo quiere comunicarse, expresarse, escalar el muro de lo desconocido a través de su arte, sus creencias, su sonido.

CUERNAS DEL VIEJO ORIENTE

En los valles de Sapa, al norte de Vietnam, nuestro micrófono capta una escena en la que aparezco yo saboreando un excelente té, en una terraza con vistas al valle. De pronto aparece una procesión funeraria de la etnia hmong. En unas primitivas parihuelas, trasladan a hombros a un difunto, mientras que detrás caminan sus familiares y amigos. Y lo hacen cantando, tocando pequeños gongs y resoplando cuernos de búfalo de agua. Cuando miro con detalle estas piezas de arte, veo que están ricamente decoradas con animales mitológicos que, junto a su sonido ululante, guiarán el espíritu a una eternidad que emana de sus creencias.

En esa misma región de Sapa, habita la tribu de los Tay que, con sus trajes de azul índigo, caminan rápidamente entre rocosas montañas. Allí me encuentro con unas mujeres que quieren venderme una especie de tubitos de bambú, que guardan a su vez, unas láminas de metal que tañen entre sus labios. Así descubro las Dan Mois, unas extrañas, pero a la vez, sencillísimas arpas de boca. Un instrumento que, con una combinación de movimientos de lengua y respiración rítmica, ha poblado todos los continentes por los que el sapiens se ha desarrollado.

LAS TROMPAS TIBETANAS - RAG DHONG

El Tíbet es una región sumamente aislada, que ha quedado escondida entre las elevadas cumbres del Himalaya, hasta casi principios del siglo XX. En sus vertiginosos valles, el micrófono virtual capta un sonido cavernoso, como llegado de las profundidades de la tierra. Al acercarse a la cima de la montaña, aparecen los sonidos de dos monjes budistas soplando las Rag Dhong. Son las Trompas tibetanas que, en pareja y a modo de telescopio, se enfundan unas partes dentro de otras para conseguir una longitud de 6 u 8 metros cada una. Con una técnica de labios compleja, extraen de los instrumentos uno de los sonidos más graves y cavernosos que nunca he oído. Lo hacen para saludar y recibir a los grandes maestros cuando se acercan a uno de sus monasterios. El micrófono virtual vuelve cargado de sonidos. Realidades de este mundo donde se muestra el largo camino que, desde todas partes y épocas, el ser humano se ha acercado a lo inmutable.

Chema Pascual 

COLABORADORES Revista Verdemente