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La tía Filomena

242 EVA—Hola Rufino— dijo Blas en un tono uniforme mientras movía la cabeza con un gesto hacia arriba.

—¡Blas! Hace varios días que no te veo salir a caminar por la mañana, ¿qué te ha pasado? — respondió Rufino. Pues no lo se exactamente, pero no me siento bien. No tengo nada por lo que ir al médico, pero estoy raro. —le dijo un poco apesadumbrado Blas.

¡Vente! Vámonos al bar que deben estar los demás con la partida de dominó: juegas un rato, te tomas algo, y vas a ver como sales nuevo —le dijo Rufino.

Y bastones en mano, Blas y Rufino caminaron por las eras de vuelta al centro de Viejunes del Moral, al bar de Pepe donde siempre iban.

¡Hombre Blas! ¡Dichosos los ojos, has estao desaparecío!, ¿qué te ha pasao? — le preguntó Eusebio, que siempre ha sido el más altanero del grupo.

¡Pues no lo sé! me empecé a sentir un poco mal y creí que estaba cansado, pero he dormido mucho y no se me va —le respondió Blas.

¿Y te duele algo? —preguntó Donato que había sido el médico del pueblo durante muchos años. No, que va —le respondió Blas. Eso es lo raro. Y no sé a quién preguntar ni qué hacer.

Bueno, siéntate que estábamos por empezar la partida —dijo Eusebio.

Para mí que a éste le han echado un mal de ojo o ha comido algo que estaba medio envenenao o algo así — dijo Pepe, el dueño del bar, desde lejos.

Y varios movieron la cabeza con signo de afirmación.

¡Si estuvieran aquí la Filomena o la Pilar! —suspiró Pepe mientras sacaba los chatos.

La Pilar me han dicho que ahora está en una residencia en Ávila—dijo Eusebio. ¡Qué ojo tenía para adivinar todo! Siempre sabía quién estaba embarazada, si iba a ser niño o niña, y los que iban a sobrevivir.

¿Y quién era la Filomena? — preguntó Macario.

¡Claro! como tú te fuiste a Madrid de niño no la conociste —respondió Rufino y con el vaso en la mano y el codo en la mesa empezó:

La Tía Filomena vivía más allá del alto del pozo, casi en la montaña, sola desde siempre. Todos decían que era medio bruja, pero ella estaba a lo suyo: se levantaba muy temprano, se peinaba siempre con un moño, tenia dos o tres perros, gallinas y demás, pero no era muy sociable. Vivía su vida, nadie le prestaba mucha atención… ¡eso sí! todo el mundo la criticaba y le decía “pareces una bruja con esa pinta que llevas, como vas y esas cosas… ya sabes”.

Pero mira qué casualidad que una vez estaban varios niños jugando, levantaron una piedra y debajo había un enjambre de abejas que salió detrás de ellos. En esto que a uno de los niños le picó una en la zona del ojo, y se le empezó a hinchar la cara, el ojo, ¡todo! No sabes cómo estaba… La madre asustada que qué iba a hacer con el niño y la tía Melchora que ya sabes cómo era de echada “pa’lante” le dijo: oye, ¿por qué no vas donde la Filomena? Ella siempre anda con las hierbas.

Y como no encontraban una solución mejor, porque ya sabéis como era antes: tú, Donato, atendías casi a diez pueblos… y no había móvil como ahora. -Todos rieron-.

La cosa es que se acercaron a la casa de la tía Filomena y cuando vio al niño, sin decir nada, le cogió, se le llevo para dentro y nos dijo a todos: ¡esperar ahí! Y todos con un suspense tremendo, a ver qué pasaba. De repente salió diciendo: ¿de quién es este pequeño? y algunos decían que de la Pascuala y otros que de la Eufemia…Bueno, pues en vez de estar ahí como pasmarotes, marchaos, enteraos y traerla para acá.

Y mientras tanto cogió al niño e hizo una cataplasma con una manzanilla amarga que como nos enteramos después, que era más relajante y limpiaba y desinfectaba mejor los ojos que la dulce. Hizo la mezcla con un barro y otras cosas que ella tenía allí y cuando apareció la Pascuala le dio un paquetito como en un trapo, y le dijo que se lo aplicara dos o tres veces al día. Y para sorpresa de todos, efectivamente funcionó. Desde aquel momento la gente la respeto mucho más, ella se fue integrando también y ha sido la mejor curandera que ha tenido este pueblo. Es una pena que todo eso se haya perdido, ¡lo bien que nos vendría ahora!”

La verdad que sí —intervino Donato. A mí al principio me parecían todo eso brujerías, pero luego me ayudó mucho en el trabajo. ¿Os acordáis que le regaló un caballo uno, al que curo de ya no me acuerdo qué? Pues ella iba a muchos pueblos cuando la llamaban de sus cosas o cuando yo no llegaba.

Deberíamos enterarnos si alguien aprendió con ella o hay alguien parecido en alguno de los pueblos del otro lado de la montaña—dijo Rufino.

¡Muy buena idea! —dijo sonriendo con un poco más de luz en sus ojos Blas.

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