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El poder Sanador de los Arquetipos (Parte I)

206 PABLO VELOSO

Se habla de demonios que “poseen” personas. ¿Has sentido en alguna ocasión, que una obsesión por algo te conducía, o que no podías evitar enfadarte o entristecerte, o comer con desmesura esa tarta que habías jurado y perjurado no tocar? Seguramente que sí, es un fenómeno constante en los seres humanos. Los antiguos le llamaban posesión, la psicología junguiana lo denomina “complejos autónomos”.
Vamos a entrar en ello de a poco. Jung decía que podemos entender a la psique del ser humano como el espectro de la luz, ultravioleta por arriba (no la podemos ver), visible en el medio (la podemos ver), e infrarroja por abajo (no la podemos ver). Decía el psiquiatra suizo que lo ultravioleta son las ideas magnas que conforman los arquetipos (formas esenciales) con los cuales aprehendemos la realidad. Es decir, cada uno de nosotros a la hora de comprender la vida, lo hace con algunos patrones esenciales, como por ejemplo: madre, padre, sabio, loco, líder, cambio, muerte, placer, meta, héroe, caos, lo femenino, lo masculino, la unidad, el yo, la máscara, etc.
Cada vez que pensamos, hacemos uso de estos patrones para que la vida tenga sentido. Así, en todas las culturas vemos que estos arquetipos están representados de mil formas, en las mitologías, historias, fábulas, ideologías políticas y religiosas. Esto es, son los “ladrillos” con los que construimos la realidad, que “flotan”, por así decir, por sobre nuestras cabezas, y nos llegan como sueños, intuiciones, inclinaciones, ya sean individuales o colectivos.
Ahora, cuando la vida se expresa lo hace de forma completa, por lo que estos arquetipos, no sólo se expresan desde “arriba” como luz ultravioleta (en nuestro ejemplo), sino también desde “abajo” como instintos, deseos básicos, pulsiones, pasiones, lo que llamaríamos “lo corporal”, lo infrarrojo.
Así vemos que la vida se mueve como un todo, y, cuando todo se confabula como para que nos convirtamos en un héroe (en las formas más variadas), entonces sentiremos “desde arriba” ideas, intuiciones, sueños, que nos motivan a arriesgarnos, cruzar fronteras, ser audaces; pero también desde “abajo”, desde lo corporal, nos sentiremos con más fuerza física, con ganas de sentir la adrenalina de la competencia, de ganar y vencer.
Pero claro, también está el espectro visible de la luz, es decir, lo que llamamos el “yo consciente” y “la máscara”. El primero es nuestra sensación de ser alguien definido, el “yo sé que soy”, y la máscara o persona es el rol social que hemos aprendido a mantener para que se nos acepte, se nos quiera, para poder funcionar en la sociedad, familia y grupos en que nos toque vivir. El yo y la persona son también producto de sendos arquetipos.
El problema viene ahora. Nuestra cultura sólo nos ha enseñado a ser un yo con una máscara, y nada más, punto. En épocas antiguas, había mitologías, dioses, relatos míticos, revisión de sueños, que permitían que los demás arquetipos también tuvieran una representación (Zeus como padre, Hera como madre, Atenea como sabia, Hermes como tramposo, Eros como pasión, etc.), con lo que la psique de esas personas, cuando recibían el influjo, digamos del arquetipo de héroe, decían: “Ah!, como Ares, el dios de la guerra”, con lo que les resultaba fácil vivirlo porque tenían ante sus ojos un modelo. Hoy hemos perdido eso, nuestros modelos son los del cine, los cuales se quedan cortos, porque son catalogados como “fantasía”, mientras que para los antiguos, los dioses eran imágenes (re-presentaciones) de aquello inaccesible (los arquetipos).

Así vemos que tenemos a los arquetipos, que son inaccesibles para nosotros por ser luz ultravioleta e infrarroja (en nuestro ejemplo), pero también vemos que se revisten de forma como dioses, cuentos, mitos, se personifican como “imágenes arquetípicas”. Ya no son siquiera “el héroe”, sino “fulano de tal, el héroe que liberó a mi pueblo”. Lo hemos humanizado, traído al campo de la luz visible.
Supongamos que hay una habitación con sillas, con un grupo de personas sentadas en ellas, de edades y costumbres muy variadas. Ahora imaginemos que hay también un altavoz allí, y un regulador de temperatura para las sillas. Entonces, poco a poco, por alguna razón que todos desconocen, la temperatura de las sillas comienza a aumentar, lo que moviliza a la gente a ponerse en pié, lo que a su vez se conjuga con una voz que, desde el altavoz dice: “caminad por la sala”.
Algunas personas comienzan a caminar (otras esperan un poco más en la silla), y van creándose patrones. En algunos sitios se ordenan y fluyen bien, mientras que en otros se forman atascamientos con acaloradas discusiones. Otros se enfadan con la voz, y con el hecho de que las sillas se calientan, y deciden caminar con desgano, lo que conlleva muchos choques y complicaciones en el fluir de la gente.
Bien, el altavoz, es la imagen arquetípica, la concretización en forma de sueños, ideas nuevas, etc., de lo que la vida desea para nosotros hoy, lo que, a su vez se expresa desde “abajo” como el calentamiento de las sillas que nos induce a movernos también como pulsiones, deseos físicos, apetencias, etc.
Por otro lado, tenemos la reacción de la gente (el yo y la máscara). Algunos, como vimos, no quieren cooperar debido a su trasfondo, crianza, educación, etc., y eso forma atascos, choques, negaciones, lo que nos lleva al concepto de “complejos autónomos”, es decir, de resistencias a lo que los arquetipos nos proponen desde arriba y desde abajo. Esta resistencia no cambia las cosas. El altavoz seguirá sonando y las sillas calentándose, lo que supondrá que surja en los habitantes de esa sala que se resisten una sensación de que hay un “algo” que los pretende controlar, y de hecho lo logra, que se apodera de ellos y los hace caminar, cuando ellos desean sólo estar cómodamente sentados.
Así vemos que somos un yo con una máscara social, que camina por la vida recibiendo influencias profundas, desde arriba y abajo, y que si las rechazamos porque no cuadran con lo que creemos que nos conviene, las “encapsulamos” y transformamos en un “complejo autónomo inconsciente”, es decir, en una voz maldita (altavoz) que nos fastidia e incita y domina a actuar como no queremos, y una pulsión interna, física (sillas calientes), que nos lleva a movernos cuando no queremos hacerlo, por lo que nos sentimos “poseídos” por fuerzas que no podemos entender ni aceptar por una muy sencilla razón: no tenemos forma de simbolizar, de representar aquello que nos incita a actuar, si pudiésemos hacerlo, lo podríamos vivir con agrado, y no sentir que algo nos “posee”.
(continuará)

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