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Los oráculos y el pensamiento abstracto

233 ANUN PABLOw

Imaginemos que existe dentro de nosotros la habilidad para interpretar lo que acontece en el mundo, y que no se relaciona con comparar elementos, sino que es algo cercano a lo que llamamos intuición, que es una cualidad elusiva, que sólo aflora en circunstancias precisas, puntuales, escasas, pero que sabemos que nos aporta las “piezas” que nos faltan para completar el complicado puzle del decidir en nuestra vida diaria.

Supongamos que está en la disyuntiva de si casarse o no, y no le resulta tarea fácil inclinarse por una u otra opción. Normalmente lo que hacemos es sopesar, contrastar, evaluar y revisar los “pros” y los “contras”, analizar en detalle cada aspecto implicado en la cuestión, y tras agotadoras horas (o semanas), descubrimos que estamos más o menos donde habíamos comenzado. Entonces quizá apelemos a la estadística, y miremos qué es lo que elige la persona promedio en una situación parecida, llegando a la conclusión de que, por más que lo más frecuente sea elegir “x” o “y”, a nosotros sigue sin convencernos. Sentimos que hay un “algo más” que nos está quedando fuera de la ecuación, pero, ¿qué es ese algo y cómo traerlo a la palestra para que nos ayude a decidir?

Los antiguos lo tenían más claro, sabían que las situaciones turbias y vagas, los enigmas, permitían que aflorase ese “algo” que “sabe” que alguien nos está engañando en medio de una conversación, por más que nuestro scanner analítico-racional nos diga que no hay motivo para preocuparse, que ninguno de los signos peligrosos está presente. Hablamos de ese conocimiento que sabe cosas de un golpe, y no por la minuciosa acumulación de datos sobre algo.

El mundo de los oráculos, ya se trate de cartas, como el tarot o las sibilas, o bien de dados, posos de café o entrañas de animales, astrología o bolas de cristal, funciona siguiendo un patrón sumamente reconocible que detallaré a continuación.

Lo primero es la cuestión, el tema a tratar, por ejemplo: -“¿debería casarme con María?”. Vemos que es un tema literal, concreto, con nombres y apellidos, con direcciones y caras, cosa que ya, el consultante de turno ha desgranado y revisado una y mil veces bajo el aspecto analítico-crítico-deductivo-inductivo sin el menor asomo de conclusión clara.

En segundo lugar está el soporte, el elemento que será utilizado como “trampolín” para comenzar el distanciamiento del mundo analítico-racional, esto es, las cartas, dados, bolas, o lo que sea. Elegiremos las cartas para nuestra explicación.

En tercer lugar comienza, normalmente por parte del intérprete, un trabajo con los símbolos que van surgiendo sobre la mesa, los cuales son concretos, como por ejemplo una casa, un ancla, peces, un barco, un oso (hablo en éste caso del oráculo Lenormand). Este trabajo consiste en comenzar a generar una variedad amplia de abstracciones a partir de los elementos concretos dados. Por ejemplo: un barco puede entenderse como viaje, traslado, flotar, deslizarse, moverse, estadio intermedio (entre dos estabilidades), buscar estabilidad (sólido) entre las emociones (agua), de forma tal que ahora la figura concreta de un barco ya no importa. Hemos dado un salto hacia lo conceptual, ahora estamos más cerca del mundo abstracto de las ideas (de los arquetipos junguianos o del mundo de las formas de Platón).

La ventaja de entrar en un mundo abstracto es que podemos hacer valiosas analogías y símiles, del estilo de: “así como un barco viaja por el mar hacia su destino, así también alguien puede hacer un desplazamiento interior y arribar a nuevos descubrimientos”, o podemos apelar a metáforas, como por ejemplo: “un barco navegando es una nube surcando el cielo”. O mejor todavía, podemos usar una hipocatástasis, que es una figura del lenguaje que presenta las metáforas de forma categórica: -“una nube que surca el cielo raudamente evitando a las aves en vuelo”.

Pero podríamos crear entonces una alegoría, sea con metáforas o con hipocatástasis, del estilo de: -“la nube fluye por el ancho cielo, evitando a las aves en vuelo, se mantiene compacta, se deja llevar por el viento, y echa de menos a las altas torres que va conociendo en su camino”.

Pero, ¿qué tiene todo ello que ver con la pregunta original de si casarse o no? Pues mucho. Lo que hicimos hasta ahora es “levantar vuelo” desde el mundo literal, concreto y analítico, al conceptual, abstracto y alegórico, de forma tal que ahora, con nuestra pequeña historia de la nube, muchos elementos comenzaron a surgir. Si revisamos nuestra pequeña alegoría veremos palabras como: fluir, evitar, echar de menos, conocer.

¿Qué hacemos ahora? Pues personalizar la alegoría. Por ejemplo podríamos decirle a nuestro consultante, aprovechando las palabras que hemos obtenido: -“Es necesario que te relajes y que fluyas hacia tu meta, la boda (el destino del barco) y que no pienses tanto, que te mantengas compacto (como la nube ante el viento). Trata a la vez de evitar a quienes te critican o te dan malos consejos (las aves), y no te preocupes por lo que dejas atrás (las torres), que continuamente seguirás conociendo nueva gente (nuevas torres)”.

Fijémonos cómo partiendo de un bloqueo racional, una decisión imposible, llegamos a nuevos elementos que nos aportan otras perspectivas, que pueden ayudarnos a tomar decisiones desde ángulos que no habíamos visto antes por tener los pies demasiado “en la tierra”.

Pero emulando a los antiguos oráculos, como al de la Pitia de Delfos, podríamos dar un paso más, que convertiría a nuestro discurso en una potente herramienta capaz de abrir las puertas de lo inconsciente una y otra vez: podemos crear un enigma.

Un enigma es como encriptar algo, solo que mantendremos algunos elementos reconocibles, de forma tal que el consultante pueda saber por dónde camina, aunque no del todo.

Recordemos nuestra alegoría: “la nube fluye por el ancho cielo, evitando a las aves en vuelo, se mantiene compacta, se deja llevar por el viento, y echa de menos a las altas torres que va conociendo en su camino”). Un ejemplo de encriptación seria: “Ser blando es la clave (por la nube), ellos vendrán, no te aflijas (por los pájaros). Resiste, las anclas del pasado ya no te pertenecen (por las torres), las primicias están allí, busca”.

Así podemos ver como al acto adivinatorio es una forma de encontrar respuestas posibles frente a un problema determinado, apelando a una capacidad dormida, susceptible de ser despertada por el pensamiento simbólico-abstracto. Podemos ver así como la adivinación no es más que la intención de conocer el parecer de los dioses (lo inconsciente).

Pablo Veloso

Hoy en día, muchas mujeres guían su vida de acuerdo a valores de producción, de lo que "conviene", de lo "óptimo", en lugar de dar espacio a un corazón que suaviza las cosas.

La mujer ha perdido su esencia, ha vendido su alma al diablo, literalmente (ya que el alma es el anima y el diablo se relaciona con el animus), con lo que ha ganado mucho materialmente, pero ha conseguido alienarse y sentirse carente de aquello que es su propio centro.

Cuando una mujer siente, se conmueve, o se quebranta emocionalmente, eso, hasta un cierto punto es consentido y aceptado, ya que alguien tiene que encarnar y simbolizar lo ausente (el alma). Pero sus congéneres, las otras mujeres, tienden a verla como una vergüenza de su clase, como alguien que no pudo alcanzar el status adecuado, el de hombre.

Volver a sentir es el verdadero desafío de nuestra cultura, no solo de las mujeres, ya que los hombres hemos olvidado como hacerlo también, pero, para alguien cuyo centro es el sentir, perderlo es perderlo todo.

Hace falta que las mujeres se permitan eso que hoy en día interpretan como debilidad, pero que no lo es en absoluto, ya que no hay nada más fuerte que la paciencia, la contención o la dulzura.

No estoy proponiendo que la mujer no estudie o que se aleje de toda función intelectual, sino que evite el caer en una dureza racional que pretende "pensarlo todo", aún lo que se siente.

Si las mujeres aceptan este desafío, estarán "sanando" a toda la especie humana. Los hombres también están neuróticos, ya que ellos tampoco encuentran dónde depositar sus proyecciones emocionales, ya que las mujeres ya no sienten, con lo que se refugian todavía más en su dura masculinidad. Y así, toda nuestra cultura se está endureciendo cada vez más, y en poco tiempo acabará rompiéndose en pedazos.

Necesitamos dulzura, alma, anima, es decir, desarrollar nuevamente la capacidad de amar, de conmovernos, de alegrarnos, entristecernos, dejando de lado ese perfeccionismo masculino, racional, rigidizante, dando así lugar a una posibilidad de que todo ese sentir encuentre su cauce.

Cuando calentamos un líquido en una olla tapada herméticamente, la presión va en aumento, y, o bien le dejamos un pequeño orificio para que vaya descomprimiendo (que es lo que hacemos hoy en día con películas emotivas, emprendimientos ecológicos conmovedores, el culto a la infancia y demás), o bien ese orificio se va ocluyendo de a poco, hasta que todo acaba volando por los aires.

Hemos perdido a la mujer, tanto en el hombre como en la mujer misma. Somos todos machos hoy en día.

Una de las formas de "despertar" el anima olvidada en los demás consiste en aprender a no responder en términos de animus, esto es, si alguien nos increpa con dureza, exigiendo perfección (animus), nosotros podemos reaccionar desde el anima, es decir, desde la paciente recepción de esa actitud, pero evidenciando que comprendemos que, detrás de esa dureza superficial de nuestro interlocutor, reside un corazón dulce y comprensivo, que anhela calma y amor. Aunque esto pueda parecer muy meloso o religioso, su efecto es contundente, demoledor, ya que si reaccionáramos desde el animus, fríamente, racionalmente, nuestro increpador sentiría que somos tan agudos como él y que merecemos esa dureza. Mientras que si reaccionamos desde el anima, forzosamente tendrá que reconocer que ése aspecto dulce (anima) es algo que él ha querido sepultar, y con ello lo obligaremos a que éste último regrese a su consciencia. Aunque no lleguemos a ver inmediatamente ese cambio, el mecanismo se habrá puesto en marcha. Esa es la fuerza de la mujer, la misma que aplicaron  Jesús, Gandhi, Mandela, y otros a lo largo de la historia.

El rechazo y olvido del anima no hace que ésta desaparezca. Todo lo contrario, simplemente se convierte en sombra, en lo que permanece oculto bajo el tapete, y, cuando no vemos algo, u olvidamos que está allí, puede hacer presa de nosotros, justamente, porque no lo podemos anticipar. Así es que nos hemos vuelto una cultura hipersensible, como oposición de lo que queríamos echar fuera de nuestra vida.

Me explico. Si me convierto en una persona sumamente mental, racional, previsora, ordenada, y destierro al sentir, pierdo contacto con el mundo emocional, y ya no sé como sentir. Me vuelvo torpe, y lo que sería una simple tristeza, que debería durar unas horas o un día o dos, ahora puede que se instale y me dure años, o la vida entera. Así es que padecemos de problemas emocionales crónicos, que luego catalogamos con nombres rimbombantes como "depresión", o "síndrome de hipersensibilidad emocional", lo cual muestra cómo el animus, lo único que conocemos, intenta infructuosamente manipular, encasillar y controlar, lo que no puede ser controlado, ya que necesita simplemente ser expresado.

Así es que la psicología de la mujer (y con ello la del hombre también) encontraría un gran equilibrio regresando simplemente al sentir, al corazón, dando la posibilidad a la mujer de convertirse en uno de los arquetipos clásicos que la caracterizan: el de sanadora, o mejor, el de Sophía, de la sabiduría intuitiva.

Si tenemos en cuenta que la mujer es la gestora de vida, y la que imprime los primeros patrones en los niños que crecen, éste cambio de actitud podría redundar en un cambio en el futuro de la humanidad.

Pablo Veloso.

COLABORADORES Revista Verdemente