Buscar

La Zombificación actual

246 ILUS PABLOLas películas de zombis han sido siempre un éxito desde que han comenzado a producirse, y esto se debe a que apelan a algo que todos sabemos muy bien pero que nos cuesta mucho reconocer: conviven en nosotros dos naturalezas, la netamente humana, racional y constructiva, aquella que busca sobreponerse al atractivo y fascinante hechizo de la comodidad, de volver al útero, y la que nos pide entregarnos por fin, dejar de luchar, deslizarnos hacia la nada que nos antecedió antes de nacer, y que nos continuará luego de morir.

El mito del zombi nace en Haití, pueblo pobre y maltrecho si los hay, constituido por ese resabio de esclavos sometidos que un día fueron una gran nación, pero que ahora son una muy golpeada, cuna de animismos exportados de su continente original: África.

Se dice que un brujo hace beber a su víctima algún filtro diseñado con ese fin, de forma que entre en un estado cataléptico que haga pensar a sus allegados que ha muerto, y de esa forma conseguir que lo entierren. El “muerto” despertará unas horas más tarde y el brujo lo sacará a la superficie, pero ahora reducido a una servidumbre de la voluntad hacia él de por vida y con una notoria reducción de sus capacidades críticas.

Esta figura del zombi llega al cine de la mano de George A. Romero y luego sufre toda clase de reediciones variopintas, desde zombis “comecerebros” torpes, a otros capaces de correr y de manejar armas, llegando incluso a la figura del “zombi recuperado”. Pero lo que distingue a dichas producciones es el notorio éxito de taquilla que poseen. Este aspecto no es gratuito, denota una resonancia muy marcada con algo que todos intuimos: bajo nuestro “barniz” de sofisticación y lógica llevamos un zombi en toda regla pugnando por aparecer.

Pero antes de emitir juicios sobre la afirmación anterior veamos algunas de las características que poseen para determinar si nos reflejan en algún sentido:

Están hambrientos todo el tiempo, especialmente de carne humana.

Esto es, son seres reducidos a un funcionamiento maquinal, esencial, por lo que carecen de lo que los distinguiría como humanos, lo que los lleva a toda costa a buscar “consumir” lo humano, tal como los vampiros que, al no tener vida en ellos la consumen de otros bebiendo de su sangre. Cuando nos deslizamos a vidas sin sentido, maquinales, productivas, repetitivas, acabamos “consumiendo” desesperadamente representaciones de artistas o de gente creativa en general debido a que “estamos muertos”, y además, el sólo ver gente creativa y viva alrededor nuestro nos pone en una evidencia incómoda que se evita fácilmente deshaciéndonos de ellos cuanto antes (muchas veces apelando a la crítica cruel).

Fuerza sobrehumana

Normalmente controlamos y administramos nuestro esfuerzo en relación con nuestras reservas y con el riesgo de enfermedad y/o accidentes, esto es, pensamos y evaluamos antes de actuar. Una persona “zombificada” actuará a fondo como si no hubiera un mañana. Vemos frecuentemente gente que se encuentra deteriorada física y mentalmente por someterse a riesgos y esfuerzos desmedidos y necios.

Olfato y oído muy desarrollados

El ser humano se caracteriza por poseer un sentido de la vista como sentido superior, combinado con el pensamiento reflexivo, mientras que lo animales se suelen manejar más por sentidos primitivos como el olfato y el oído. Los seres humanos “zombificados” son capaces de “oler” a alguien a la distancia, de sentir al instante si eres de su “rebaño” (partido político, religión, equipo de fútbol, etc) o no, rechazándote antes siquiera de que te acerques a ellos.

Funcionan en grupo, en “rebaño”

Forman una masa indiferenciada de seres que caminan, se arrastran y gimen, moviéndose sin dirección clara, dejándose arrastrar por olores y sonidos eventuales. Es el “hombre masa”, que no es capaz de tomar decisiones propias, tan solo obedece al “silbido” de su líder sin dudar, sea éste un gurú, maestro, líder político, o simplemente su jefe.

Se deteriora constantemente

La vida se sustenta en luchar contra la decadencia, en “componerse” todo el tiempo ya que, tal como sabemos bien, si no hacemos un esfuerzo diario por mejorar, sea estudiando, comiendo sano, haciendo deporte, etc. nos iremos deteriorando poco a poco. Al hombre zombificado no le importa componerse, por lo que día a día se desintegra más, acercándose a su tan deseada nada, tan ausente de participación en la vida como la de un bebé.

Muerte por destrucción del cerebro reptil

Lo único que mantiene al zombi funcionando es un cerebro primitivo, reptil, que le permite mantener las funciones más básicas, por ello es que al destruírselo todo cae. El hombre zombificado se caracteriza por carecer del cultivo de cualidades intelectuales superiores, de sólo vivir “porque el aire es gratis”, por lo que sé limita a comer, dormir, trabajar, aparearse y defenderse.

Altamente infeccioso para los demás

Es sabido que el mínimo contacto con cualquier fluido de nuestro cuerpo con el de un zombi nos condena a convertirnos en uno de ellos. Su condición es tan fascinante para nosotros que cualquier contacto con personas zombificadas nos lleva a recordar lo agradable que era no tener que tomar decisiones, pensar, asumir responsabilidades (estado que disfrutábamos en la niñez), con lo que enseguida nos dejamos fagocitar por ello, por lo que en un santiamén nos encontraremos siendo un zombi más del rebaño.

Todo lo anterior nos lleva a reflexionar que resulta muy tentador para cualquiera de nosotros el deslizarnos hacia conductas y hábitos que poco a poco van anulando lo que nos hace humanos, el pensamiento reflexivo, crítico, la capacidad de dudar de todo, y nos vamos convirtiendo en “entes” que pululan por la vida haciendo cosas habituales, como trabajar, formar una familia y pagar impuestos, pero habiendo sacrificado aquello que nos dignifica, el preguntarnos por cuestiones esenciales como ¿quién soy?, ¿cuál debería ser mi destino?, ¿qué es la vida?

Y la razón por la que hablamos sobre este tema hoy, y por la que también consumimos ávida mente ese tipo de películas es porque nos fascina la posibilidad de regresar al estado de zombi, al útero materno, a la masa indiferenciada en que no teníamos que pensar… y caminar por la vida deambulando erráticamente mientras murmuramos: ¡cerebros! (así decían los zombis en las películas de Romero).

Ya lo comprobó Philip Zimbardo con su experimento en la universidad de Stanford titulado “el efecto Lucifer”, en el que demostró como la masa va absorbiendo al individuo y lo arrastra hasta estratos muy primitivos donde la voluntad personal no existe ya, en suma, un zombi. También comprobó que el remedio para ello es pensar por uno mismo, salir del rebaño, dudar, cuestionar, analizar, usar todas nuestras capacidades y potenciarlas cada día.

Luchemos contra el zombi que vive en nosotros y en nuestras sociedades cada día...

Pablo Veloso

COLABORADORES Revista Verdemente