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De reptilianos, abducciones y otras hierbas...

250 PABLOSolemos pensar que nuestra psique es algo muy simple, una especie de “yo mismo y nada más”, que todo lo que queremos hacer simplemente lo hacemos y lo que no, pues nos abstenemos y ya. Lo extraño es que cada día somos controlados por impulsos variados, como por ejemplo la atracción por la belleza de otra persona, las ansias de comer cierto alimento, la resistencia a estudiar o a asumir responsabilidades, la fascinación por una serie que no podemos dejar de ver y que siempre habíamos afirmado que no veríamos nunca…la lista es interminable.

También, si hilamos fino descubriremos que, si nos proponemos pensar en algo determinado, digamos en resolver un problema, durante unos minutos, descubriremos que al rato ya estamos pensando en cualquier cosa menos en aquella a la que nos habíamos comprometido. Lo mismo sucede con nuestras emociones, en suma, que no controlamos prácticamente nada.
Sin embargo, lo más extraño es que pese a todo lo anterior sigamos pensando que somos una especie de unidad de consciencia compacta, productiva, autónoma y capaz de tomar decisiones claras en función de propósitos definidos sin desviarnos. ¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo es posible que sigamos pensando que tenemos el control cuando a todas vistas no lo tenemos?
Bueno, hay un antiguo símbolo de la circularidad de la vida que se llama Ouroboros. Se trata de una serpiente que se muerde su propia cola y así asume una forma circular, denotando por un lado la recursividad de la vida y por otro la idea de que cabeza (ego) y cola (inconsciente) pertenecen al mismo reptil.

Sin embargo, hablábamos más arriba de que tenemos la sensación de que lo controlamos todo, de que esa cola que mordemos no es la nuestra, de que, si quiero como un plato de tallarines y si no, pues ayuno. Decía Alan Watts que la única forma que tenemos de lograr este convencimiento consiste en que la serpiente posea una especie de “anillo insensible”, una parte muerta de su cuerpo que oficie como separación o desconexión entra un tramo y el que le sucede, y así poder (pretender, fingir) olvidar al resto de ella misma.

Eso mismo hacemos nosotros. Nuestra consciencia o ego con el fin de poder existir (y es necesario que así sea) necesita separarse de la totalidad colectiva y caótica que es para así poder ser una “parte” y poder interaccionar con otras “partes” como ella. Ello conlleva olvidarse fragmentos de una totalidad psíquica mayor, constituida por impulsos, pensamientos, tendencias que se mueven caóticamente.

El problema surge cuando por alguna razón el “anillo insensible” se vuelve sensible, y en vez de bloquear comienza a permitir, a dejar pasar. A ello lo llamamos “psicosis” o “emergencia de lo psicóideo”, lo que significa que comenzamos a tomar conciencia de lo que habíamos pretendido olvidar: que no controlamos nada.

Cuando ello ocurre, según nuestro trasfondo psicosocial (costumbres, creencias religiosas, experiencias vitales) vamos interpretando a esas fuerzas que ahora sentimos que nos controlan (siempre lo estuvieron haciendo) mediante metáforas que podamos entender, manejar, pensar. Así nacen los reptilianos, los extraterrestres grises, las abducciones, los demonios, ya sea que se manifiesten en sueños de realidad exacerbada, en visiones, en sensaciones, o como personas en la vida real (parejas tóxicas, sectas mesiánicas, conspiraciones gubernamentales), las que no serán más que el fiel reflejo de lo que estamos vivenciando interiormente.

Lo que está sucediendo es un intento desesperado de nuestra parte de volver a sentir algo de control con la esperanza de poder regresar a nuestro mundo habitual. A veces lo logramos y nos quedamos con una divertida experiencia para contar en una reunión de amigos o para entretener a nuestros nietos, pero en otras ocasiones la puerta se ha abierto de una forma tan radical que el regreso resulta muy difícil y a veces hasta imposible.

Hay una película protagonizada por Russell Crowe (el de gladiador) titulada “Una mente brillante”, en la que el actor desempeña el papel de un matemático que padece de estas “emergencias” de la psique profunda, en forma de voces y visiones. Durante toda la película lucha por superarlas (aún con medicamentos fuertes) hasta que finalmente se relaja y aprende a convivir con ello, acepta que no va a ser “normal” sino que en su caso su normalidad es otra, la de aquellos a los que la puerta de lo inconsciente se les ha entreabierto más de lo habitual.

Ahora, subsiste la pregunta acerca del porqué se detona esta situación tan incómoda. Bueno, tengamos en cuenta que nuestra estabilidad psicológica, a la que creemos tan segura y compacta es bastante inestable, que diferentes factores pueden hacernos tambalear esa supuesta “seguridad” de que somos “nosotros mismos”, y ello suele suceder cuando nos vemos sometidos a estrés, agotamiento o cuando ocurre algún acontecimiento radical en nuestras vidas (muerte de un ser querido, divorcio, conflicto), una crisis. Ello genera que el “tapón” con que evitamos la emergencia del caos a nuestra vida se afloje un poco y deje pasar “algunas cosas” o que se salga por completo y lo que emerja lo haga como un verdadero tsunami y toda nuestra vida se vea trastocada, generando nuestra desaparición como ente independiente (ahora nos sentimos a merced de “entidades del Averno”).

Pero ¿por qué algunas personas que pasan por situaciones extremas salen airosas y otras, ante la mínima sacudida se desbalancean por completo y se pierden en un brote psicótico o en una psicosis permanente? Eso lo determina nuestra manera de gestionar estas cuestiones. En general hay tres tipos de personas: están aquellos que poseen muchos recursos (amigos, entretenimientos, proyectos, motivaciones variadas) y que si les ocurre algo fuerte enseguida se refugiarán en otros intereses, afectos y motivaciones que les permitirán sostenerse en su cordura; luego los hay que apenas han apostado todo a una meta de vida o dos (matrimonio, carrera, salud) y que si los pierden entran en un estado de zozobra absoluta, con lo cual son vulnerables a cualquier emergencia de lo psicóideo. Pero por último tenemos a aquellos que, o bien por pertenecer a alguna de las antiguas tradiciones religiosas del mundo (cristianismo, hinduismo, budismo) o por haber iniciado una exploración profunda en los campos de la psicología, filosofía o teología poseen una comprensión (y posibilidad de asimilación) de aquello que los trasciende, ya sea que lo llamen demonios o psique inconsciente. Estos últimos son los más preparados para que cuando “algo se cuele” desde el abismo que también somos, tras un mínimo esfuerzo puedan integrarlo, no con el fin de meramente “reparar una fisura” sino de crecer mediante integrar aspectos que ahora enriquecerán su identidad vital.

Pablo Veloso

COLABORADORES Revista Verdemente