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El desapego nace de la comprensión

180 SIMON

Todas las personas buscamos ser felices. Con mayor acierto o desacierto actuamos del modo que nos parece que nos va a proporcionar mayor satisfacción. Pero aquello que nos produce mayor satisfacción, ¿es siempre lo mejor? En ocasiones, necesitamos priorizar lo que es mejor por encima de lo que nos es más agradable o querido. Por ejemplo, cuando estamos enfermos hay veces que necesitamos tomar medicamentos que nos disgustan y, sin embargo, sabemos que esa es la mejor opción porque es la que nos curará. El niño que todavía no comprende, no querrá tomar el medicamento y la mamá insistirá en que lo haga e incluso le obligará porque ella sabe, aunque el niño no lo puede todavía comprender, que eso es lo mejor para él.
En uno de los textos de sabiduría de la India, a saber, la Katha Upanishad, el joven Nachiketas pregunta a Yama, el dios de la muerte, acerca de lo que ocurre con la persona cuando abandona el cuerpo. Yama intenta persuadir a Naciketas para que le pregunte algo distinto y no tenerle que revelar ese secreto difícil de explicar. Para ello le ofrece un montón de riquezas, la posibilidad de vivir una larga vida, tener hijos que vivan más de cien años, elegir vastas extensiones de tierra, gozar de todo tipo de placeres sensuales, cuantos deseos quisiera que no fueran el de saber acerca de la muerte le serían concedidos. Pero Nachiketas, sabiendo que todo lo que le ofrecía Yama era perecedero, insistió en que todas las riquezas del mundo no le servían de nada al lado del conocimiento sobre el secreto de la muerte. Él quería saber lo que ocurre  al morir y si hay vida o no después de la muerte, ya que como mínimo existía la posibilidad de que ese conocimiento fuera una puerta a la inmortalidad.
El hecho de darse cuenta de que todos los beneficios mundanos y celestiales que le ofrece la Muerte (Yama) son efímeros, es lo que permite a Nachiketas optar por el conocimiento. El desapego de Nachiketas hacia las riquezas, la fama, la gloria, la larga vida y todas esas suculentas sugerencias que Yama le ofrece, nace de su capacidad de distinguir entre lo que es perecedero y lo que puede no serlo. Esta capacidad de distinguir entre lo perecedero y lo imperecedero, se llama en sánscrito viveka. Ese discernimiento le permite renunciar a algo que puede ser deseable en aras de lo que es mejor para él en última instancia.

En el camino del crecimiento espiritual, ocurre que tan pronto nos lo hacemos venir bien para regatear e intentar quedarnos con todo, lo deseable y lo mejor, como nos forzamos a renunciar a cosas por las que todavía sentimos un ferviente deseo, sólo porque hemos leído o nos han dicho que para ser feliz hay que tener desapego.

El verdadero desapego sólo puede nacer de la verdadera comprensión de lo que es mejor para nosotros. De otro modo, lo único que vamos a conseguir es generar conflicto ya que estaremos castrando una parte de nosotros que sigue con sed, con deseo y que está ahí, formando parte de nuestro presente.
Habrá momentos en que lo deseable y lo mejor coincidan y otros momentos en los que no. Lo que deseamos surge de la creencia de que aquello nos hará felices. El deseo necesita ser satisfecho y acompañado a su vez de la indagación en uno mismo, de una revisión de las emociones que nos mueve, de un estar atentos a cómo surge el deseo... Sólo cuando podemos atender las emociones que mueven el deseo, podemos llegar a comprender que en realidad no existe nada “allá fuera” que nos pueda hacer felices más que ser lo que ya somos.
No es que el deseo sea algo malo, lo malo es cuando nos convertimos en esclavos de ese deseo o en esclavos de querer liberarnos de él, sin querer aceptarlo y acoger que en ese momento se encuentra ahí. Nos empeñamos en que algo debería ser distinto a como es y entramos en conflicto con el presente. Y no hablo aquí de resignación, sino de acogimiento, aceptación y poder distinguir entre lo que está en constante cambio, lo que muere y no puede perdurar y lo que permanece ahí inmutable y eterno, como testigo último de todos esos cambios.
El problema es que seguimos creyendo que la felicidad está un paso más allá, que es algo que necesita ser alcanzado. Hay un mantra védico (escuchar audio) que dice:

O pūr amada pūr amida pūr āt pūr amudacyate. Pūr asya pūr amādāya pūr amevāvaśi yate. O śānti śānti śānti
O. Aquello es plenitud, esto es plenitud, de la plenitud emerge la plenitud. Quita plenitud a la plenitud y permanece la plenitud. O paz, paz paz.

Este mantra védico, nos transmite pues, el mensaje de que lo infinito, lo pleno, lo eterno no puede ser aumentado o menguado, sino que siempre ES pleno. De modo que si nuestra esencia más sutil es esa plenitud cuya dicha reside en sí misma y es inagotable, entonces, no hay nada que conseguir, nada que añadir, nada que quitar, porque como dice la gran enseñanza del vedanta, TÚ ERES ESO.
El desapego, sólo puede nacer de la comprensión de que en última instancia nada finito te podrá dar una plenitud infinita, más que el conocimiento de tu propia naturaleza, infinita de por sí, que se expresa bajo múltiples formas que parecen finitas y que nos hacen sentir alegría, tristeza, angustia, dolor, gratitud, compasión, amor...
Te propongo como práctica que pares, al menos tres veces al día, a escuchar lo que sientes en ese momento. Sobre todo, cuando sientas deseo de algo, por pequeño o habitual  que pueda parecer el deseo. Por ejemplo, te apetece comer un helado. Párate medio minuto a escuchar esa sensación de “me apetece...”, observa dónde lo sientes, cómo se manifiesta en tu cuerpo. Sin ningún tipo de juicio, sin intentar modificar nada, sólo párate medio minuto a SENTIR y ACOGER ese deseo o cualquier otra emoción que surja y entonces cómete el helado o haz lo que tengas que hacer conscientemente, desde la comprensión de ti mismo.

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