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Cualidades para reencontrar la plenitud

244 MONTSE

El advaita vedanta nos describe una serie de cualidades que debemos desarrollar todos aquellos quienes aspiremos a la libertad última, a la plenitud en vida. Una plenitud que ya somos. pero vivimos olvidando.

En estos momentos excepcionales estas cualidades puestas en práctica resultan liberadoras, nos conducen a mirar con honestidad nuestro fondo último y el de la realidad, que resultan no ser distintos.

Veamos en qué consisten esas cualidades:

1. El discernimiento.

Esta cualidad consiste en algo que pareciera obvio pero que habitualmente olvidamos, a saber, la distinción entre lo que es pasajero y lo que es eterno.

No demos por supuesto que existe algo que es eterno. Solamente tomemos conciencia de todo aquello que es pasajero. Lo que queda por ahí cuando hemos descartado todo lo pasajero, eso es lo eterno. Examinemos la importancia que atribuimos a distintos asuntos y aspectos de la vida y démonos cuenta de su naturaleza pasajera. Dentro de lo pasajero, examinemos también y pongamos luz en lo que depende y lo que no depende de nosotros. Apliquemos el discernimiento también entre aquello que nos acerca a una paz y alegría profundas que no dependen de nada externo, y aquello que nos aleja de ellas. Resulta que nos acerca a ellas la actitud que trata de vivir con honestidad lo que es tal y como aparece en cada momento, la voluntad de mirar con profundidad y acoger lo que esa mirada nos aporta paso a paso. Y en cambio nos aleja de ellas la falsedad, lo impostado, la superficialidad que se mueve en el ámbito de las apariencias... Cuando observo y aplico el discernimiento desde la más honesta verdad de la que soy capaz en cada momento, me doy cuenta de que lo único que permanece en medio de todo lo pasajero es la lucidez interna que permite la observación. Y esa lucidez es paz, es dicha, porque descansa en sí misma. Es eterna porque se encuentra fuera de la lógica espacio-tiempo y no se ve condicionada por nada.

2. El desapego.

Esta segunda cualidad solo se comprende a la luz de la primera: cuando somos capaces de discernir lo pasajero de lo que no lo es, cuando distinguimos lo que depende de nosotros de lo que no y lo que nos conduce hacia la alegría y la Verdad y lo que nos aleja, espontáneamente abandonamos la mayoría de los deseos. O los vamos substituyendo por deseos que tienen más que ver con el anhelo de plenitud. Comenzamos a ver el mundo desde una perspectiva más global, a comprender que los mecanismos de la Vida son misteriosos y se manifiestan a través de un continuo aparecer y desaparecer y dejamos de atribuir una importancia tan crucial a determinados objetos, relaciones, circunstancias... Igual que un niño se desapega espontáneamente de sus juguetes a medida que va creciendo, del mismo modo, nos desapegamos de forma natural cuando asumimos lo pasajero de la vida y descansamos en lo eterno de la conciencia que mira. El modo de aplicar este desapego es a través de una mirada lúcida, con discernimiento, ya que el desapego es su consecuencia directa.

3. El grupo de las seis cualidades:

La serenidad. Debemos forjar un mínimo de calma mental. Puede ayudarnos el simple acto de respirar profundamente, alargando la exhalación. Cuando estamos nerviosos y respiramos profundamente tranquilizamos la mente y podemos ver las cosas con mayor ecuanimidad. La serenidad también se refiere aquí a la capacidad de concentrar la mente en un solo objeto.

El control de los sentidos. Cuando la mente está mínimamente calmada y hay un cierto grado de ecuanimidad, podemos entonces tomar las riendas sobre los sentidos. Los sentidos están hechos para conectarnos con el exterior y en la medida que se posan en un objeto y en otro, nuestra mente suele identificarse con esos objetos. Si ya hemos pacificado la mente previamente, recoger los sentidos resultará más sencillo ya que la propia calma nos pedirá ese recogimiento. Ambos van de la mano.

La quietud. Una vez la mente está calmada y los sentidos recogidos hacia dentro, sólo queda descansar en el propio recogimiento y en la conciencia que lo ilumina. Es el recogimiento surgido del abandono del movimiento, de las acciones y los sentidos.

La resistencia. Esta cualidad consiste en desarrollar en nosotros un cierto espíritu de aguante, de saber mantener el tipo ante las situaciones que se nos presentan en la vida. Suele citarse como ejemplo la resistencia a los pares de opuestos, como son el frío y el calor. Es un ejemplo que simboliza las dualidades hacia las cuales solemos sentir afecto o rechazo, según nos generen placer o dolor. La cualidad de la resistencia podría explicarse con el dicho popular de “no ahogarse con una gota de agua”. Se trata de forjar la ecuanimidad y eso se hace observando lo que sentimos, atravesándolo sin que nos arrastren el agrado o el desagrado.

La confianza. A veces se habla de esta cualidad como fe, pero no tiene que ver con una visión ciega, sino con la confianza en el fondo último de la vida que procede de un examen minucioso, y la confianza también en las enseñanzas que recibimos de un maestro, tome este la forma que tome. El maestro sólo existe en tanto que hay alguien dispuesto a aprender y cuando tenemos la apertura y la disposición de aprender, todo a nuestro alrededor se convierte en enseñanza. Ahora bien, es necesario confiar en esas enseñanzas, porque si la duda se instala de forma permanente se convierte en un obstáculo. La determinación a confiar en nuestro fondo juega aquí un papel crucial.

La contemplación. Consiste en fijar la mente en Aquello que no tiene nombre ni forma. Una vez desarrolladas las cualidades anteriores, surge la contemplación en lo más profundo y puro de nuestro ser, la observación de la luminosidad que somos, y que es la Realidad que sostiene todo lo cambiante y múltiple de la existencia.

4. El anhelo de liberación

Es necesaria una chispa de anhelo que nos mueva a forjar todo lo anterior. Sin el más mínimo deseo de autoconocimiento y de liberarnos definitivamente de las cadenas del sufrimiento, no desarrollaríamos ninguna de las cualidades anteriores. Este deseo de liberación cuestiona hasta dónde estamos dispuestos a llegar, cuál es nuestro grado de compromiso con la Verdad y la plenitud. En el ámbito de la autorrealización no hay regateo posible. Tan honestos y dispuesto estamos a conocer, tanto se nos revela la Verdad. Ahora bien, no debemos confundir el anhelo de liberación y Verdad con la proyección de lo que, desde nuestra ignorancia, imaginamos que es la liberación, la Verdad, la plenitud... Se trata de un anhelo abierto, que se fomenta tomando conciencia del sufrimiento del mundo y anhelando trascender dicho sufrimiento.

En definitiva, el desarrollo de estas cualidades en nosotros nos dirige irremediablemente hacia el reencuentro con la plenitud que habita en nuestro fondo y la posibilidad de permitirle brillar totalmente.

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