Logo

¡¿ Y lo que YO quiero?!

Para aprender a amar estando sólo o en compañía vale la pena que hagamos memoria.

¿Alguna vez te ha pasado, que empiezas una relación, y los amigos se mosquean contigo o simplemente dejan de ser tus amigos? No sabemos de qué manera el mundo a nuestro alrededor desaparece. Y no sólo eso. Además, hacemos, sentimos, y casi que pensamos como nuestra pareja lo hace. Creemos de verdad, que eso es lo mejor para nosotros. Nos repetimos el mantra: estoy consolidando la relación.

Y mientras creemos que se consolida, lo que se experimenta es una pérdida de estructura  de la propia persona.  Evidenciamos un cambio en nuestra personalidad, que asusta a todos nuestros amigos, menos a nosotros.

Nos obstante, pasada la novedad y la euforia de los primeros meses, nuestra pareja se muestra con nosotros cada vez más apática o posesiva, para vivirse centrado en sus hábitos, los cuales, por cierto, entendemos cada vez menos. Hasta que uno se acostumbra. Se suele llamar una pareja cómodamente instalada en la rutina. Van pasando los años, cada uno está lo suyo; Si. Nos vemos todos los días, tenemos hijos, de vez en cuando pelamos, y seguimos con cierto de nivel de tolerancia en la convivencia. Bien. Todo va.

He conocido el caso de una pareja cuya relación fue motivo de reportaje en una revista, y sin embargo, pese a lo hermoso de las fotos, de la casa, y de los rostros afables, el matrimonio estaba roto. Lo que desencadena la ruptura en ocasiones tarda todavía unos años, hasta que el cuento de hadas se esfuma, o la película, cuyo argumento es muy personal, se torna francamente insoportable.

Para cerrar la historia decimos cosas como: no es como le conocí; en realidad no era lo que quería cuando lo decidí; es que mis intereses no eran los que luego vivimos. A posteriori, pareciera que invalidar nuestras decisiones nos da cierto alivio, sin embargo, nos mantiene en ese círculo vicioso. Muchas veces se toma la decisión de dejar a nuestra pareja empujados por la presencia de una tercera persona con la que, pese a nosotros, volvemos a jugar al tiovivo con similar argumento.

Hay personas que repiten sólo una vez. Para otras se convierte en una peregrinación. Y los que pasan de irse y siguen en la convivencia se justifican. Y a veces, ocurre el milagro, e inexplicablemente va surgiendo el Amor.

Salvo este aprendizaje, la situación de separados en la misma casa empieza a hacernos mella. Sin saber a ciencia cierta por qué, hay ciertos intereses abandonados. A un lado del camino quedaron amistades, intenciones y proyectos. Los hábitos que nos parecían sanos les hemos dejando en el olvido. Ciertamente esto es más común en el mundo femenino.

Al final, una especie de nebulosa lo recubre todo. Y aunque el mejor consejero nos describa, exponga o argumente un cambio, reconvertimos las palabras para mantenernos en una relación, que se vuelve cada vez más disfuncional. A partir de ese momento el apego es dueño y señor del amor.

En este punto, o las circunstancias favorecen el cambio, o nos quedamos parados en esa estación de desamor durante largo tiempo. Y para los que se quedaron en soledad, se convierte en una estación, o espacio de bienestar donde argumentamos el placer de convivir solos. Pocos reconocemos que enredamos nuestra relación con nosotros mismos con trabajo, actividades, personas de paso, y fuertes sensaciones.

Retomando nuestro ejemplo de inicio. Cuando Susana conoció a Rubén pesaba 55 kilos, cuidaba su alimentación y estaba feliz con su desarrollo personal. Solía quedar con sus amistades con cierta frecuencia, o les invitaba a casa, y también, había perspectivas de futuro en su trabajo. En seis meses había abandonado sus buenos hábitos, no sólo de comida, sueño y relación. Pese al apego un día consiguió dejar a Rubén, aunque la confianza en que podría tener una pareja quedó reducida a la imposibilidad.

 

Tagged under: Graciela Large
VERDEMENTE S.L. - 2019 - © Todos los derechos reservados