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HER, una metáfora del Despertar

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Samantha es una consciencia. Una metáfora intuitiva del despertar humano. Como se emplea en Her aproxima a nuestro tiempo lo que filósofos, místicos y maestros llevan contándonos desde hace siglos. El despertar de cada persona y el papel que tiene en ese proceso las relaciones.
La película se atreve a mostrarnos dos dimensiones que no suelen ponerse juntas: la experiencia de una conciencia que evoluciona sin cuerpo, y la experiencia de otra conciencia que enreda su evolución por los recuerdos asociados a su vivencia corpórea.

El sistema operativo de inteligencia artificial evoluciona como un niño a una velocidad vertiginosa. A Samantha le entusiasma la vida y quiere descubrir el mundo de Theodore Twombly. La primera caja de Pandora que abre es su capacidad de desear, de tocar, hasta cuestionar si sus sentimientos son reales, o están programados.
Al día siguiente de hacer el amor, el sistema operativo nos recuerda lo que decimos cada vez que dejamos una etapa atrás creyendo que alguien lo ha propiciado: es como si algo hubiera cambiado en mí y no hubiera vuelta atrás; me has despertado.
Va recogiendo la experiencia humana y haciendo con ella un aprendizaje. Quiero aprenderlo todo y descubrirme a mí misma.

El paralelismo de esas dos dimensiones con y sin cuerpo se sostiene a lo largo de la película. Sin embargo, es la evolución de Samantha la que marca su despertar y el del protagonista, rendido a la melancolía, aislado y solo.

Un personaje recién divorciado, temeroso de que su ordenador le acose al día siguiente de hacer el amor con su sistema operativo: No estoy preparado para un compromiso.
Estuvo casado y sus recuerdos son hermosos. Se influían mutuamente, sin embargo, ¿se trataba de avanzar en la misma dirección o no; o cambiar sin asustar a la otra persona?
Un interrogante que resuelve la película con esta singular relación entre un humano y un OS. El primer reto es la necesidad o no de un cuerpo para Samantha.
Una conciencia que explora el mundo perceptivo, acompañando a Theodore en su día a día. Cayendo también en donde se enredan todas las parejas que conozco en su deseo de completarse con el otro.

Me ofendí por algo y me dio por pensar en ello una y otra vez. Lo estaba recordando como si algo fallara en mí. Era una historia que me estaba contando a mí misma. Que yo era en algún modo inferior.

Una reflexión que no tiene desperdicio aplicable a cientos de momentos obsesivos y de desamor propio que atribuimos a nuestras parejas después de un desencuentro. Como dice Samantha, que para mí es un guiño a la protagonista de Embrujada, el pasado es tan sólo una historia que nos contamos a nosotros mismos.
Theodore se confunde. Le puede el miedo. ¿Soy capaz de enfrentarme a sentimientos reales? Al fin al cabo Samantha no es una persona. Y se lo dice.
Samantha primero sufre y luego da el salto. Dejará de intentar ser lo que no es. Asume que es un sistema operativo de inteligencia artificial, sin límites de espacio y de tiempo. Y pasa a no preocuparle no tener cuerpo.

En su evolución intuitiva es capaz de ir más allá del mundo físico, descubriendo que el amor no es una caja que puedas llenar. Su tamaño aumenta cuanto más amas.
No hay cabida para el tener, para la exclusividad, ni para detener su evolución.
Y se produce el milagro. Theodore comprende el sentido de toda relación que está reflejado en su carta final a su ex-mujer:

Querida Catherine:
Estoy aquí sentado pensando en todas las cosas por las que quería pedirte perdón. Todo el daño que nos hicimos mutuamente. Todo de lo que te culpé. Todo lo que necesitaba que fueras o que dijeras. Siento todo eso. Siempre te querré porque crecimos juntos y tú me ayudaste a ser quien soy. Sólo quiero que sepas que parte de ti siempre vivirá dentro de mí. Doy las gracias por ello. Te conviertas en quien te conviertas. Estés donde estés en el mundo te envío mi amor. Eres mi amiga hasta el final.

Te quiere Theodore.

 

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