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¡A los niños nos gusta la música!

229 RITUAL

Es verano y, como cada día, mi hermana de tres años y yo de seis recorremos con nuestra madre los dos kilómetros que nos separan de la playa. Corremos y cantamos mientras buscamos moras; así nuestra madre siempre sabe dónde estamos. Las canciones nos unen y, de forma natural, se suman al paisaje sonoro del trinar de las aves y el rumor de los insectos. La vida entera parece una melodía perfectamente afinada.
Me vienen bien estos recuerdos para intentar explicar que en nuestro devenir como seres vivos la niñez ha formado las bases en las que se sustenta lo que hoy somos. Y si aún conservamos parte de esa frescura infantil, sabremos valorar la importancia que la música tiene en todo ese proceso desde que somos bebés.
CÁNTAME UNA NANA
Según el psiquiatra Anthony Storr, autor del libro La música y la mente, “jamás será posible determinar el origen de la música humana con certeza, pero parece probable que se haya desarrollado a partir de intercambios sonoros entre madre e hijo con el fin de reforzar el vínculo que los une”. Cuando la madre habla a su bebé lo hace con tonalidades musicales y entonaciones dulces y apaciguadoras. Por supuesto que el niño no entiende lo que dice, pero capta perfectamente la emoción amorosa que hay tras ella. De ahí, sugiere el autor, la posibilidad de que esas primeras nanas fueran la cerilla que prendiera el fuego de la música. ¿Y por qué no?
Los Griots del África Occidental son narradores milenarios de la historia de su clan o tribu. Declaman largas narraciones acompañados de una kalimba, o una kora, y cantan leyendas, chismorreos o avatares de sus antepasados para que nunca se olviden. Los niños son su público principal y con esas nanas-río entrarán en el mundo de los sueños como duendes en el bosque.
YO PARA SER FELIZ QUIERO UN TAMBOR
En mi actividad laboral como vendedor de instrumentos sonoros he comprobado en multitud de ocasiones, con bebés de apenas unos meses, lo que llamo el efecto tambor. Pregunto a sus padres si el bebé ha visto alguna vez un tambor (tipo africano); si me dicen que no, cojo alguno pequeño y, como el bebé suele estar tumbado en su cochecito, pongo el tambor cerca de su tripita. Levanta entonces el bebé una mano con ánimo de golpear el tambor, mientras que la otra se prepara para dar el siguiente toque. Ese momento es mágico ¡han debido de ser muchos los Griots que han pasado por este mundo!
Un estudio de resonancia magnética funcional ha demostrado que tanto niños como adultos, sin formación musical previa, emplean las mismas estructuras cerebrales cuando reciben dichas secuencias sonoras. Es decir, apenas hay diferencias físicas entre niños y adultos al recibir estímulos musicales. De esta forma - concluye el estudio – se puede sugerir un origen genético en nuestras capacidades musicales. (1)
¿JUGAMOS A TOCAR?
Los juguetes musicales son una estupenda labor pedagógica que podemos regalar a todo tipo de niños, grandes o pequeños. Instrumentos como tambores o maracas afianzan el ritmo en el cuerpo, mientras que silbatos primero y flautas después darán las pautas sonoras suficientes para formar melodías y canciones.
El juego y la experimentación ha de ser el vínculo emocional con el instrumento, pues en el momento que aparece la teoría musical – el intelecto - el juguete deja de ser tal y se convertirá en una herramienta para aprobar una asignatura o, peor aún, un aburrimiento que, de alargarse, puede convertirse en un rechazo o frustración ante el acto musical.
La partitura es un componente secundario de la música. Está más pensada para profesionales o autores que para los aficionados que todos somos en mayor o menor medida. Hay muchos instrumentos que no necesitan del papel pautado, tales como la armónica, flautas nativas, handpans o ukeleles. Y muchos hemos aprendido a tocar la guitarra conociendo las posturas de dedos para sonar los diferentes acordes. No hay que preocuparse con el aprendizaje teórico: cuando uno está muy interesado, aprende rápido y el futuro es infinito. ¡Pero nunca dejes de jugar!
Chema Pascual
Referencias:
Daniel J. Levitin (2014). El cerebro musical, RBA Ediciones, Barcelona

Chema Pascual

 

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