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Las silbadoras andinas

236 CHEMAEl avión dando vueltas sobre la ciudad de Cuzco una y otra vez. La tierra cada vez más cerca —no en vano sus picos se elevan a 3.400 mts—. Los montes terrosos, áridos, de colores ocres, el epicentro de la Pachamama, la capital inca. Cuzco es una ciudad a medio hacer, como son tantas en ese mundo que llaman en desarrollo, y que no es otra cosa que vivir con el agua al cuello, día a día, levantando otro piso de ladrillo visto sin orden, sin acabado, sin permiso, sin miedo.

Después de veinte años viajando ininterrumpidamente por Asia, echaba de menos un cambio, un entenderme con personas muy diferentes en un mismo idioma con el fin de acercarme y compartir un pasado. Me río también, porque en aquel remoto tiempo de conquistas y luchas, España dejó una huella de saqueo, de imposición cultural y religiosa que como mínimo, hace de los españoles un pueblo al que tratan con respeto, pero con distancia.

En los viajes de aventura —así me sigue gustando llamar al éxodo en solitario— llevo siempre un gancho que me hace interactuar con mis congéneres de forma que no se me vea como un turista al uso. Yo también lo hago, pero me guía la búsqueda de instrumentos sagrados o ancestrales, lo cual me permite relacionarme con más naturalidad.

Así que a la vuelta de Machu Picchu —lugar lindo, de gran detalle arquitectónico e indexado en un paraje que corta la respiración— me quedé por pueblos donde el pueblo Inca había tenido una impronta muy importante. Allí encontré a Luthiers cuyo trabajo consistía en reconstruir objetos sonoros encontrados en yacimientos arqueológicos prehispánicos. Inserto aquí una sensación que me llevó a pensar que, gran parte del esfuerzo identitario de crear un pasado como nación ajena al imperio ocupante —llámese España, Portugal o Inglaterra— llevó a potenciar la búsqueda de un pasado autóctono e intransferible, ajeno a conquistas y ocupaciones. Así que lo prehispánico por esos lares, es un valor en alza.

EL SONIDO DE LOS CUATRO ELEMENTOS

Han oído hablar ustedes de las Vasijas Silbadoras? Se trata de unas piezas de cerámica que consta de dos cuerpos con forma de animal-dios que se han encontrado en enterramientos de las regiones andinas de Perú y Ecuador fundamentalmente. Se elaboran con un trabajo artesanal muy delicado: dos vasijas de cerámica que se comunican por un conducto que, al ser rellenado con agua una de las partes y moviendo la vasija hacia el otro lado, produce un silbido muy dulce que suele estar relacionado con el animal-dios que representa.

Curiosamente este instrumento sonoro está físicamente construido con los cuatro elementos de la naturaleza: el Agua que danza en su interior, el Aire que se escapa en forma de silbido, la Tierra como materia prima y el Fuego, elemento que finalmente fijará su forma. Compendio que otorga a las vasijas silbadoras una particularidad energética que la aúna con las mitologías antiguas.

LAS MANOS QUE FORMAN EL SONIDO

Estaba tan imbuido por este misterioso instrumento que visité lo museos arqueológicos de Cuzco, Puno y Arequipa. En ellos encontré unos acercamientos impresionantes con nuestras silbadoras. Piezas que jugaban con dos o más cámaras y que daban pie a creer que su finalidad no era sólo decorativa, sino también sonora y sobre todo, trascendental.

Me interné en la zona del valle sagrado no muy lejos de Cuzco, donde conocí a uno de los pioneros en el estudio, clasificación y réplicas de este desconocido instrumento. Alfredo Najarro había colaborado con el Museo Arqueológico de Lima para estudiar y clasificar una gran colección de instrumentos que estaban abandonados en sus sótanos. Alfredo ya era músico y alfarero, así que pudo replicarlos para estudiar su significado y, sobre todo, su sonido.

Corría el año 83 cuando Alfredo se desplaza a Lima y comienza la investigación respaldado por los responsables del museo. Sobre sus conclusiones me comentó lo siguiente. “Evidentemente estos instrumentos estuvieron mucho tiempo considerados como meras vasijas decorativas, donde simplemente se dibujaba la cosmología de sus culturas. Pero nosotros, al ver las vasijas comunicantes, resolvimos que eran instrumentos sonoros. Nos dimos cuentas que cambiaba la sonoridad debido a la reducción sonora de la cámara acústica del instrumento y, al comenzar a replicarlas, obtuvimos diferentes sonidos. Hay que recordar que durante mucho tiempo, instrumentos prehispánicos como pitos, caracolas y cuernos, habían sido prohibidos por la religión católica, por lo que estas vasijas habían caído en el olvido totalmente”.

Gracias a la labor de personas como Alfredo en Perú, y otros músicos y artesanos de la cordillera andina, llegan a nosotros ahora este especial instrumento que, con su leve silbido, parecen querer unir lo físico con lo intuitivo, hemisferios de dos cabezas que han de pensar al fin como un todo, como una unidad que nos comunica con el otro.

Chema Pascual 

COLABORADORES Revista Verdemente