Buscar

Redefinir el maltrato... ó: "Cómo dejar de ser una víctima"

 

190 PABLO VELOSO

Decía Kant que existe algo llamado “ding an sich” (la cosa en sí), a lo que Nietszche: replicaba: “no hay hechos, sino sólo interpretaciones”.
Estas dos afirmaciones marcan la diferencia entre dos tipos de enfoques de la realidad, o, según Nietszche, de nuestra realidad.
¿Qué diferencia hace en nuestra vida cotidiana, el adherir a uno u otro punto de vista? Bueno, la diferencia está allí, y tiene unas implicancias enormes.
Imaginemos que nos topamos con una persona que nos trata con crueldad, abusa de nosotros, ya sea de forma psicológica (denigrándonos por ejemplo), o mediante abusos corporales (golpes o cosas peores). Si adherimos a la afirmación de Kant, estaremos convencidos de que la persona que nos trata de tal forma es realmente malvada, y que, por lo tanto, debemos, no solo evitarla, sino también, y en lo posible, responsabilizarla y hacerle pagar por sus actos. Esta actitud crea las afirmaciones del tipo: “Soy así porque mi madre me trató cruelmente de pequeño”, o “Soy un infeliz porque tengo un jefe abusivo”.
Por otro lado, si adherimos al punto de vista de Nietszche, y nos vemos expuestos al mismo tipo de abuso, nuestra reacción será por entero diferente, ya que no creeremos que las personas sean así, sino que las sentimos así.
¿Cómo puede ser esto?, ¿no será pecar de inocentes al creer que alguien no es malvado, sino que nos parece tal cosa?
Veamos. Supongamos que nos presentan, en una fiesta, a una dama a la que nunca hemos visto antes, ni ella a nosotros, ni tampoco nadie nos ha referido nada de ella, ni a ella sobre nosotros. Todavía no sabemos nada de ella, es una perfecta desconocida, y lo mismo sucede para ella.
Durante los primeros diez segundos, estamos expuestos mutuamente, no sabemos qué debemos ocultar o proteger de la mirada indiscreta del otro, porque no sabemos todavía qué es lo que le interesa mirar de nosotros. Es en estos momentos, cuando, inconscientemente, comenzamos a recopilar minuciosa y valiosa información acerca de ella (gestos, miradas, postura, tono de voz, etc.), y, poco a poco, comenzamos a formarnos una idea de cómo es, y de qué le gusta, y de qué rechaza. Ya tenemos una interpretación de esta persona, con lo que, en nosotros nace una atracción, repulsión, o neutralidad hacia ella.
A partir de allí, nace en nosotros un tipo de relación con la imagen que nos hemos creado de ella, basada en nuestra recopilación de información, recopilación que jamás se detiene, y que sigue agregando detalles nuevos cada día, mediante el contacto directo con ella, la referencia de terceros, o la reflexión propia.

Al día siguiente, en la oficina, comentamos el encuentro con esta persona, y lo que, para nosotros es, es decir, lo que nos pareció ser, pero, con asombro, descubrimos que, para nuestros compañeros no es en absoluto así. Para algunos es una magnífica persona, con grandes virtudes, y digna de amistad, mientras que para otros, es una persona desdeñable, de la que hay que cuidarse. Estamos confusos, ¿cómo es verdaderamente la persona que conocimos la noche anterior? Pues tiene tantos rostros y características como personas la describan, sencillamente porque nunca percibimos lo que es, sino lo que nos parece que es.
Pero ¿qué ganamos con mirar la vida bajo la perspectiva nietszcheana, en lugar de desde la kantiana? Bueno, bajo la primera perspectiva, solo podemos padecer o intentar huir de un padecimiento, mientras que, desde la segunda, podemos aprender a relativizar o deconstruir nuestra imagen de una persona.
Veamos. Si alguien me martiriza, e intento huir de esta situación, puede que sea posible lograrlo, y la mortificación se detendrá, por ejemplo, cambiando de trabajo o de pareja. Pero, nadie puede evitar que me vuelva a topar, a la vuelta de la esquina con el mismo tipo de persona o situación, con lo cual la solución resulta un poco escasa, ya que puedo caer fácilmente en: ”Es que él me hace la vida imposible”.
Por otro lado, si utilizo la visión nietszcheana, la de decontruir y relativizar, más allá de apartarme de lo que me hace sufrir (si fuera posible), estaré, al mismo tiempo repensando mi imagen de la persona en cuestión, con lo cual, puede que descubra que, no hacía falta huir o cambiar de situación, ya que, el sufrimiento al que me estaba viendo expuesto, provenía de creer que, esa persona era malvada, y que yo era su indefensa víctima. Así, al reconstruir mi imagen de esa persona, puede que resulte que ya no me genere rechazo o miedo, sino simplemente lástima, por verlo como alguien indefenso ante su propia necesidad de dañar, por lo que, sea que yo me haga a un lado, o no, ya no tendrá la misma intensidad emocional mi relación con esa persona.
Así, la visión nietszcheana, resulta por mucho, más práctica, ya que no implica la necesidad de huida tan frecuente, porque basta con un reajuste de imagen, ni tampoco permite caer en una sensación fatídica de: “el destino no me es amable”, o “yo nací para sufrir”, o cualquier afirmación por el estilo, que sólo buscan señalar al afuera como causante de nuestro sufrimiento.
La visión kantiana es sustancial, es decir, se basa en pensar que todo son rótulos absolutos: bueno, malo, hipócrita, amable, cariñoso. Mientras que la visión nietszcheana es verbal, esto es, no congela la vida en cosas fijas, sino en movimiento, por ejemplo, no dirá: malo, sino: siendo malo, o mejor todavía: siendo malo para mí, en éste momento.
Esta diferencia semántica es la diferencia entre una vida de hechos fijos, inamovibles, inafectables, imposibles de cambiar, y una en la que todo puede cambiar de un momento a otro, y, en la que somos protagonistas y no meros espectadores.
Por ello, la próxima vez que te topes con una persona desagradable, adopta la visión nietszcheana y di: “para mi, en este momento, ésta persona me está pareciendo desagradable”, y verás la diferencia…

Tagged under: Ramiro Calle

COLABORADORES Revista Verdemente