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American Beauty

213 veloso

Muchas veces, las películas nos permiten comprender fácil y gráficamente, verdades a las que de otra manera nos costaría más acceder. 

En esta película de Sam Mendes, de 1999, podemos extraer sentidos muy valiosos para los momentos que nos toca vivir repetidamente a lo largo de nuestra vida. 

Podemos examinarla a la luz de la alquimia, y veremos tres estadios bien definidos. El primero es la Nigredo o ennegrecimiento, un estado que nos toca vivir frecuentemente y que el personaje principal, encarnado por Kevin Spacey nos presenta desde el comienzo mismo. Es el estado de "quemado" o "burnout", que se define por sentirnos abrumados por la rutina, asfixiados por responsabilidades que vamos asumiendo poco a poco, hasta hacer de nuestra vida una gris monotonía carente de sentido. Este estado es muy habitual en nuestra cultura de la producción y del trabajo, en la que se nos enseña e insta desde pequeños a ser productivos, a comprar, a tener, olvidando la dimensión más profunda de nuestro ser. Con lo que todo se vuelve pesado como el plomo. Por ello a esta etapa se la llama “la etapa de Saturno”, el dios del tiempo.  

Normalmente, lo único que puede sacarnos de dicha etapa, es el descubrimiento de una sensación de belleza, de fascinación, de interés. En algo "allí fuera", en los demás o en algún objeto o proyecto, algo que nos permita proyectar aquello que ya somos, pero que no somos capaces de ver, como por ejemplo, el valor, el amor, la dulzura. En suma, enamorarnos de algo o de alguien, que puede ser un trabajo ideal, una persona maravillosa, un libro fascinante, una carrera ideal, etc. A eso se le llama en la alquimia, la Albedo, la segunda etapa. Albedo significa "enblanquecimiento", porque todo se llena de luz, de vida, de colores, es ese estado que tanto conocemos y anhelamos en el que sentimos que "caminamos sobre algodones". En resumen, enamorarnos. 

Lester Burnham, el protagonista, entra en la Albedo al conocer a Ángela (ángel, mensajero), una quinceañera amiga de su hija que lo deslumbra. A partir de allí cambia su vida, comienza a vivir en función de esa belleza objetivada, que es cuando creemos que sin esa persona, trabajo, libro, etc., no podríamos vivir. 

Lo más frecuente es que esto nos suceda regularmente, pero que, así como llega, se vaya diluyendo debido a que la persona en cuestión nos deja, o se vuelve habitual verla, etc. Con lo que, poco a poco, volvemos a nuestra Nigredo de siempre, para, nuevamente más adelante, volver a proyectar o a transferir nuestra belleza en alguien o algo otra vez en un ciclo sin fin. 

Algunas personas, como Caroline, la esposa de Lester, se las arreglan para tener estímulos habituales y suficientes como para no caer nunca tan bajo como para llegar a una nigredo, pero tampoco vivir siempre en una perfecta Albedo. Es decir, quienes viven así nunca tocan fondo, pero por esa misma razón, nunca alcanzan la realización vital o “individuación”. 

Cuando una persona toca fondo, es cuando realmente un cambio se produce en su vida. Por ello es Lester y no Caroline, el que entra en una Albedo muy intensa y comprometedora, la cual, para él, se abrirá hacia el final de la película a una Rubedo unificadora. 

Lester comienza siendo una persona que siente que su vida es un infierno, que lo disminuyen sus congéneres, que no vale. Con la aparición de Ángela, de la que se enamora perdidamente (no de ella misma, sino de la belleza que ella encarna) y con la de Ricky, su nuevo vecino, que representa su sombra, recuerda cualidades que él había postergado por mucho tiempo, como la capacidad de ser astuto, y de conducirse con mayor libertad en sus vínculos laborales y personales. Ricky le suministra marihuana, lo que representa la posibilidad de que el mundo rígido de lo "bueno y lo malo" disuelvan sus fronteras y, así, lo inconsciente pueda emerger más fácilmente. 

A su vez, Ricky, la sombra de Lester se enamora de Jane, la hija de Lester, que representa al futuro, al mañana de cada uno de nosotros. Todo ello hace que Jane, quien iba por el camino trazado por Caroline, su madre, ahora se vuelque en la dirección de lo profundo. En el mismo camino en que Lester está embarcado. 

El coronel Fits es el padre de Ricky, y es aquella parte de nosotros que lo quiere controlar todo (por eso anula a su esposa Bárbara y lo intenta sin éxito con su hijo Ricky), y es quien, al final de la película, acaba asesinando a Lester. Justo cuando éste último entra en la Rubedo o enrojecimiento, la etapa alquímica que implica la Coniuctio, o "Unión" de los opuestos. Es decir, Lester se da cuenta de que la belleza que ve en Ángela es una proyección de la Belleza que reside en todas las cosas (a la que podemos también llamar: Dios), y así ya no "necesita" a Ángela, con lo que cierra una etapa de dependencia (lo que no implica que no le siga atrayendo), y entonces muere. 

Esta muerte indica un final y un comienzo, el comienzo del viaje de Jane, quien tiene pensado fugarse con Ricky para comenzar una vida nueva lejos de allí. Ella es la simiente del cambio, de lo nuevo, que ha sobrevivido y ha nacido de, toda la complejidad que fue vivida por todos los personajes. Los cuales son uno solo, aspectos en definitiva de nuestra propia mente. 

Lester: nuestra mente asfixiada por el sinsentido. 

Caroline: la búsqueda de poder como modo de sentirse importante; 

Buddy Kane: el ideal de Caroline. 

Ángela: la chica superficial, que sólo ve lo estético. 

Jane: la promesa, la posibilidad de cambio. 

Coronel Fits: la mente controladora, obsesiva; 

Bárbara: el alma muerta por el exceso de control. 

Ricky: la sombra, lo inconsciente que cataliza el cambio. 

En suma, las opresiones de nuestra vida (nigredo), son las dolorosas oportunidades de tocar fondo. Lo que permite que surja en nosotros la desesperada necesidad de encontrar algo bello en la vida (albedo). Y, si conocemos este proceso de antemano, sabremos que todavía debemos dar un paso más, y descubrir que lo que en realidad buscamos ya existe en nosotros desde el comienzo mismo. Con lo que empezaremos a ver belleza en todo y en todos (rubedo), aún en lo feo y desagradable. 

El proceso de la individuación o crecimiento interior es eterno, siempre puede alcanzar profundidades mayores. 

Buen Viaje!!! 

Pablo Veloso

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Psicología de la mujer (2da parte)

En el artículo anterior hablamos de que la mujer, en su núcleo es anima, es decir sentimiento, intuición, adaptabilidad, fluidez, tendencia a ir con las cosas, de no oponerse a ellas, que posee una ausencia de crítica y de autocrítica en dicha naturaleza. Por ello es que tiende a buscar su complemento, el cual es el animus, que es el núcleo de los hombres, por lo que ellos tienden a buscar su complementación en el anima.

Ahora, dado que nuestra cultura es pro-hombre, y tiende a deificar todo lo masculino (la fuerza, el poder, la razón, la agudeza), la mujer ha acabado pensando que su naturaleza es débil y errónea, que debe cultivar cualidades que la pongan a la altura de las circunstancias en un mundo que exige, valora y premia sólo  valores masculinos. Así la mujer se ha convertido en heroína, empresaria, fría funcionaria, política, etc. Lo anterior le ha parecido un progreso, tanto como me parecería a mí un progreso el cortarme un brazo en una cultura en que se propusiera como ideal el ser manco.

Hoy en día, muchas mujeres guían su vida de acuerdo a valores de producción, de lo que "conviene", de lo "óptimo", en lugar de dar espacio a un corazón que suaviza las cosas.

La mujer ha perdido su esencia, ha vendido su alma al diablo, literalmente (ya que el alma es el anima y el diablo se relaciona con el animus), con lo que ha ganado mucho materialmente, pero ha conseguido alienarse y sentirse carente de aquello que es su propio centro.

Cuando una mujer siente, se conmueve, o se quebranta emocionalmente, eso, hasta un cierto punto es consentido y aceptado, ya que alguien tiene que encarnar y simbolizar lo ausente (el alma). Pero sus congéneres, las otras mujeres, tienden a verla como una vergüenza de su clase, como alguien que no pudo alcanzar el status adecuado, el de hombre.

Volver a sentir es el verdadero desafío de nuestra cultura, no solo de las mujeres, ya que los hombres hemos olvidado como hacerlo también, pero, para alguien cuyo centro es el sentir, perderlo es perderlo todo.

Hace falta que las mujeres se permitan eso que hoy en día interpretan como debilidad, pero que no lo es en absoluto, ya que no hay nada más fuerte que la paciencia, la contención o la dulzura.

No estoy proponiendo que la mujer no estudie o que se aleje de toda función intelectual, sino que evite el caer en una dureza racional que pretende "pensarlo todo", aún lo que se siente.

Si las mujeres aceptan este desafío, estarán "sanando" a toda la especie humana. Los hombres también están neuróticos, ya que ellos tampoco encuentran dónde depositar sus proyecciones emocionales, ya que las mujeres ya no sienten, con lo que se refugian todavía más en su dura masculinidad. Y así, toda nuestra cultura se está endureciendo cada vez más, y en poco tiempo acabará rompiéndose en pedazos.

Necesitamos dulzura, alma, anima, es decir, desarrollar nuevamente la capacidad de amar, de conmovernos, de alegrarnos, entristecernos, dejando de lado ese perfeccionismo masculino, racional, rigidizante, dando así lugar a una posibilidad de que todo ese sentir encuentre su cauce.

Cuando calentamos un líquido en una olla tapada herméticamente, la presión va en aumento, y, o bien le dejamos un pequeño orificio para que vaya descomprimiendo (que es lo que hacemos hoy en día con películas emotivas, emprendimientos ecológicos conmovedores, el culto a la infancia y demás), o bien ese orificio se va ocluyendo de a poco, hasta que todo acaba volando por los aires.

Hemos perdido a la mujer, tanto en el hombre como en la mujer misma. Somos todos machos hoy en día.

Una de las formas de "despertar" el anima olvidada en los demás consiste en aprender a no responder en términos de animus, esto es, si alguien nos increpa con dureza, exigiendo perfección (animus), nosotros podemos reaccionar desde el anima, es decir, desde la paciente recepción de esa actitud, pero evidenciando que comprendemos que, detrás de esa dureza superficial de nuestro interlocutor, reside un corazón dulce y comprensivo, que anhela calma y amor. Aunque esto pueda parecer muy meloso o religioso, su efecto es contundente, demoledor, ya que si reaccionáramos desde el animus, fríamente, racionalmente, nuestro increpador sentiría que somos tan agudos como él y que merecemos esa dureza. Mientras que si reaccionamos desde el anima, forzosamente tendrá que reconocer que ése aspecto dulce (anima) es algo que él ha querido sepultar, y con ello lo obligaremos a que éste último regrese a su consciencia. Aunque no lleguemos a ver inmediatamente ese cambio, el mecanismo se habrá puesto en marcha. Esa es la fuerza de la mujer, la misma que aplicaron  Jesús, Gandhi, Mandela, y otros a lo largo de la historia.

El rechazo y olvido del anima no hace que ésta desaparezca. Todo lo contrario, simplemente se convierte en sombra, en lo que permanece oculto bajo el tapete, y, cuando no vemos algo, u olvidamos que está allí, puede hacer presa de nosotros, justamente, porque no lo podemos anticipar. Así es que nos hemos vuelto una cultura hipersensible, como oposición de lo que queríamos echar fuera de nuestra vida.

Me explico. Si me convierto en una persona sumamente mental, racional, previsora, ordenada, y destierro al sentir, pierdo contacto con el mundo emocional, y ya no sé como sentir. Me vuelvo torpe, y lo que sería una simple tristeza, que debería durar unas horas o un día o dos, ahora puede que se instale y me dure años, o la vida entera. Así es que padecemos de problemas emocionales crónicos, que luego catalogamos con nombres rimbombantes como "depresión", o "síndrome de hipersensibilidad emocional", lo cual muestra cómo el animus, lo único que conocemos, intenta infructuosamente manipular, encasillar y controlar, lo que no puede ser controlado, ya que necesita simplemente ser expresado.

Así es que la psicología de la mujer (y con ello la del hombre también) encontraría un gran equilibrio regresando simplemente al sentir, al corazón, dando la posibilidad a la mujer de convertirse en uno de los arquetipos clásicos que la caracterizan: el de sanadora, o mejor, el de Sophía, de la sabiduría intuitiva.

Si tenemos en cuenta que la mujer es la gestora de vida, y la que imprime los primeros patrones en los niños que crecen, éste cambio de actitud podría redundar en un cambio en el futuro de la humanidad.

Pablo Veloso.

COLABORADORES Revista Verdemente