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Reflexiones sobre la Vía

En toda Vía auténtica se contemplan ciertas condiciones que son aquellas que indican su carácter real en lo que respecta al hecho de que funcionen.

Como decía Buda: “La verdad es aquello que produce resultados”.

Pero tal vez, primero sea interesante aclarar algunos puntos.

La Vía se refiere expresamente a un Trabajo espiritual. No se refiere a trabajos físicos o psicológicos y, lógicamente mucho menos a aquellos otros que se basan en fantasías, especulaciones o meros impulsos bienintencionados. Hay personas que legítimamente buscan recompensas emocionales, teorías con las que excitar la mente, experiencias que lo alejen de la monotonía y el aburrimiento de lo cotidiano, que le ofrezcan la oportunidad de sentirse diferentes y exclusivos o de encontrar modos de dar salida a la vanidad o a cualquier otra clase de pulsión o conflicto. Todo esto puede estar presente -y de hecho lo está- en un buscador, pero lo que lo caracteriza es precisamente la necesidad.

Y esta es una diferencia gigantesca. Unas personas necesitan experiencias o un legítimo mayor y mejor bienestar, y otras tienen necesidad de Dios.

Y es ahí donde empieza un verdadero Trabajo espiritual.

Un Trabajo espiritual contempla todos los demás aspectos como físicos, psicológicos, etc., pero no al contrario. Es decir, un trabajo físico o psicológico correcto y eficaz, proporciona a quién lo practica muchos y valiosos beneficios para su vida, pero no es capaz de llegar a lo espiritual.

Entendiendo como espiritual aquello que trasciende, aquello que pertenece a la naturaleza eterna del individuo. Y eso se debe a que un Trabajo espiritual requiere de la participación de un factor singular y único: la Gracia, la Sustancia, la Baraka o como quiera que lo llamemos y que es en realidad un alimento espiritual que produce crecimiento. Crecimiento en luz.

La necesidad procura lo que en el sufismo se llama la talab, la llamada de Dios, y es en la atención a esa llamada cuando se inicia la Vía. Para que esa Vía sea Real se requiere o bien la presencia de un Maestro o la de una Escuela Viva. Ambos términos se refieren al hecho de que puedan transferir a quien recorre la Vía la Gracia o Baraka.

Al igual que un bebé necesita alimento para que su cuerpo se desarrolle y alcance su plenitud, el ser humano necesita para recorrer la Vía el alimento espiritual que lo nutra.

El término iniciado se refiere expresamente a alguien que inicia la Vía Real pero que aun no ha llegado a ninguna parte. Pero, a partir de su ingreso en la Vía, su proceso será tutelado y recorrerá un camino reconocido y reconocible. Eso se debe a que si bien cada persona es singular y única, hay muchos patrones comunes y uno de ellos es el del crecimiento. Todos conocemos los patrones del crecimiento orgánico que nos dice que hay una fase para ponerse de pie y caminar, otra en la que se empieza a hablar, la niñez, pubertad, etc. De igual modo hay un crecimiento espiritual que sigue unos patrones y fases reconocibles.

EL RECONOCIMIENTO

Y LA DISOLUCIÓN DEL EGO

¿Pero como se presenta la Vía?

Cuando alguien tiene necesidad Real siempre aparece, antes o después, la Vía en forma de Escuela o de Maestro o ambas. Otra cosa es que esté maduro para reconocerlo. Esto se debe a que el Conocimiento solo es reconocido por el Conocimiento. Si alguien se encuentra frente al Conocimiento Real y lo afronta desde el condicionante intelectual de lo que cree saber, ocurrirá que establecerá un debate entre ambos y en todo caso lo adoptará como una opción más o menos válida entre su catálogo mental, pero no lo “vivificará” porque no lo reconoce. Pero si esa persona esta madura ya, reconocerá, aunque no intelectualmente, el Conocimiento que tiene delante. Eso se debe a que el ni el Conocimento ni el crecimiento pasan por el intelecto. Pertenecen a la inteligencia lo cual es algo distinto.  

El intelecto no trasciende, nace en el mundo, pertenece al mundo y permanece en el mundo y es patrimonio de la mente.

Como sabemos el ego o personalidad es construida y sostenida por la identificación con la mente y sus contenidos, por la identificación con la propia biografía y con la identificación con el cuerpo. Siendo estas identificaciones y su producto, el ego, necesario para el vivir en el mundo y sus demandas, en el tránsito por la Vía, en tanto esta camina hasta el interior del Sí mismo y se aleja del mundo, este ego lentamente empieza a debilitarse pues su vínculo con el mundo se debilita también.

Así, poco a poco, una persona empieza a perder importancia frente a sí misma. Igualmente sus creencias, los contenidos de la mente o su biografía, van dejando de ser importantes salvo en la certeza de que le han permitido llegar a encontrar la Vía. Igualmente sabe que eso no hubiese sido posible sin la llamada de Él. Y su corazón lo agradece.

A veces la identificación con la mente o la autocomplacencia infantil respecto a la propia personalidad junto a la condición reactiva de toda criatura, generan situaciones y procuran respuestas nacidas del miedo del ego que comienza a percibir su disolución. Ante ello, se esfuerza en afianzarse más y reclama su protagonismo. Reclama su lugar en el mundo, reclama su alimento del mundo, pues es con él con el que se construye. En este punto es cuando se debe entender lo de “vivir en el mundo pero sin ser del mundo”.

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