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Secuestrado en Delhi (por un monje tibetano)

Delhi, Dheradun, Karnataka
Lati Rimpoche, Sakya Trizin y Dorjee Gyaltsen186 RAFA1

Delhi, el barrio Tibetano, la embajada española.

Fui hace muchos años a Nueva Delhi en un intento de conseguir un nuevo visado para los monjes tibetanos de Gaden Shartse. La embajada estaba especialmente terca y los funcionarios no querían poner la necesaria estampita que permite a nuestros amigos tibetanos, exiliados, sin país, acogidos por la gran India, viajar a Europa y compartir sus sagrados rituales y ayudarnos en el camino de la felicidad.

“El amor no es un destino, el amor es el camino”
Gandhi

Mi estancia estuvo facilitada por el Maestro Dorjee Gyaltsen y el grupo de monjes de Gaden Shartse que esperaba pacientemente el desenlace del trámite burocrático. Ni que decir tiene, que en la embajada no hacían nada más que darnos largas. Así pasaban los días en el barrio tibetano, de Majnu Ka Tilla, al norte de Delhi, en uno de los arrabales dónde vive hacinada la comunidad tibetana en el exilio. Por las mañanas me ponía el traje, la corbata y vestido de ejecutivo hispánico, en una escena tragicómica, me dirigía en tuk-tuk a la embajada, y así, día tras día, inasequible al desaliento.
Los primeros días estuve acompañado por un buen amigo y compañero de aventuras, David, “el Chino”. Compartiendo habitación en un humilde hostal, con garrapatas incluidas. Íbamos juntos a la embajada, lo que hacía el trámite más ligero y volvíamos juntos, animándonos mutuamente. Visitamos toda Delhi, claro y de nuevo, el memorial a Gandhi, tan especial, tan sagrado, tan luminoso y calmo en medio de un Delhi tan caótico y abigarrado. Y el pequeño y humilde museo de Gandhi, enternecedor y emotivo.

Me dejó un recuerdo imborrable el ritual del amanecer, la puja de la mañana, diaria, que hacen los tibetanos. Se congregan en la placita central, hombres, mujeres, niños, ancianos, a las seis, y hacen sus oraciones para desear la paz y la felicidad, compartiendo panes redondos recién horneados, y el extraño té tibetano. Me marcó profundamente observar cómo también asistían todos los mendigos de la zona. Ser mendigo en India es infinitamente duro, comidos por la lepra o sin miembros por accidentes o nacimiento. Y los tibetanos exiliados, pobres como el hambre, compartían su desayuno con los mendigos, siguiendo un rito no escrito de ayuda. Me sigue impresionando aún, al escribirlo y recordarlo.
Ahora recuerdo una petición del Dalai Lama en una de las visitas que hicimos al monasterio, en la que esponsorizamos una Iniciación a Maitreya, en la que nos pidió enfáticamente, ayudar a mantener la cultura tibetana, tan en riesgo de perderse. Si la puja de la mañana que viví en Majnu Ka Tilla es una muestra de su cultura, que lo es, ruego a los Budas para que lo mucho bueno de este pueblo se mantenga y preserve en el tiempo.
Los fines de semana, hacíamos visitas culturales por India, organizadas por el tremendo Geshe Gyaltsen, en su intento de amenizar mi secuestro y hacerlo más llevadera; las varias semanas que permanecí en Delhi estuvieron permeadas del compromiso y determinación de lograr el visado, la vivencia diaria del humilde barrio tibetano y la sensación de estar secuestrado en una burbuja fuera del espacio y del tiempo, sin saber cuándo volvería a mi antigua vida en España.
Uno de esos días, Geshe Gyaltsen dijo: vamos a pasar el fin de semana en Dheradun, nos vamos en unas horas, en el bus de la noche. Recuerdo aterrorizado el viaje nocturno, junto a la ventanilla, viendo pasar las luces de los otros vehículos, a centímetros de afeitarnos la cabeza. Y mientras tanto, el resto de los pasajeros del autobús, dormían a pierna suelta.

Sakya Trizin

Geshe Gyaltsen me llevaba por Dheradun de un lado para otro, en su intento de hacerme más llevadero el involuntario secuestro, y así aparecimos en un bello templo tibetano, grande, repleto de monjes realizando un ritual tántrico, dirigidos por una figura que reconocí como Sakya Trizin, cabeza del linaje Sakya, prácticamente la segunda autoridad religiosa Tibetana, después del Dalai Lama. Y directo a él, se fue Gyaltsen, para pedirle que nos bendijera, sin importarle irrumpir en tan sagrada ceremonia. Para mi sorpresa y vergüenza, accedió y me dio un rápido toque en la cabeza un bastón especial. En ese momento no percibí nada más allá del ligero golpe y la vergüenza del turista, y no le dí mayor importancia a la supuesta e inesperada bendición.
Años después, pude revivir en estado ampliado de conciencia este momento, descubriendo que era puro amor y sacralidad lo que sucedió. Así que cuando Sakya Trizin visitó Madrid en 2014, asistí con devoción a sus enseñanzas sobre la muerte y la práctica de la transferencia de conciencia o Phowa, en lo que se convirtió en un hito fundamental en mi vida.
La visita a Dheradun estuvo plagada de encuentros con tibetanos sonrientes y amorosos, y más visitas a maestros y montañas sagradas. Recuerdo particularmente la expresión de beatitud de una humilde y mayor mujer tibetana vendiendo sus verduras en la puerta de su casa, y cómo me subyugó su bellísima calma amorosa.

Gaden Shartse y Lati Rimpoché.

186 RAFA2El siguiente fin de semana, después de otra infructuosa semana de espera con la embajada, Geshe Gyaltsen decidió que visitaramos su monasterio, Gaden Shartse, en Mungod, Karnataka. En esta ocasión, la primera parte del viaje fue en avión, en la famosa y ya cerrada compañía Kingfisher, y de nuevo, unas horas de taxi, con el buen conductor durmiéndose literalmente al volante. Finalmente llegamos al Monasterio, de madrugada, en noche cerrada.
Al amanecer, me impactó ver las construcciones tibetanas en medio del campo hindú, de paredes blancas, encaladas, y tejados con aspecto de pagoda. Me vino a la mente el inmenso trabajo y esfuerzo continuo que requiere mantener ese espacio sagrado tan lejos de su tierra original.
Tuvimos la suerte de que Lati Rimpoché nos recibiera y nos bendijera. Lati Rimpoché fue uno de los maestros del Dalai Lama, y en ese momento era uno de los pocos lamas vivos que habían acabado su formación como Geshe Larampa en Tibet antes del exilio. Impuso sus manos sobre cada uno de los lados de mi cabeza, en un ritual tan inesperado como poderosísimo; parecía que dos planchas hacían contacto con mi piel, fundiendo todo al pasar su energía: carne, huesos, pensamientos se desvanecían por momentos. Estaba anonadado. Tuve la suerte de volver a encontrar a Lati Rimpoché al año siguiente, en la inauguración de la casa de monjes de Tawon Khangsen, que se había levantado con nuestra ayuda y las aportaciones de todos los amigos. Murió unos años después, y en breve comenzará la búsqueda de su siguiente reencarnación.
Disfruté mucho a la vuelta, pues paramos en Goa, en un pequeño hostal junto a la playa infinita, repleta de barcos de los pescadores, que me recordaba la infancia perdida en el sur de España.
Con el devenir del tiempo, he podido atisbar lo muy sagrado de aquellos encuentros, las personas que conocí y los maestros con los que tuve la mucha suerte de ser bendecido. Agradezco a los Dioses y Maestros el haber podido vivir estas peripecias por India.

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