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Macrocosmos-microcosmos

183 SIMON

 

¿Has tenido en alguna ocasión el sentimiento de fundirte con una puesta de sol, o un bosque? ¿La sensación de ser uno con tu entorno? ¿Te has preguntado por la naturaleza de este estado de fusión o te has permitido sentirlo hasta el fondo?¿Has pensado alguna vez que de algún modo en el universo existen esquemas que se repiten en distintas escalas? Por ejemplo, los árboles dan fruto gracias a sus ciclos en los que lo sueltan y así permiten generar nuevo fruto cuando llega el momento oportuno. Este esquema se repite de algún modo en las ideas o pensamiento que generamos los individuos y nuestra capacidad o incapacidad de soltarlos para generar nuevas ideas.
En muchas tradiciones de la sabiduría india se establece un vínculo muy potente entre el individuo y el universo. Podríamos decir que en este vínculo reside la chispa de lo divino. El universo entero reside en cada individuo y a su vez el universo alrededor es un reflejo del individuo. Observando mí alrededor puedo comprender muchos de los mecanismos que funcionan en mi misma porque lo que observo me hace de espejo y a su vez todo aquello que conozco de mi misma me permite comprender mí alrededor. Esto viene a hablarnos de la unidad y de ahí que en ese vínculo entre el individuo y el universo resida “lo divino”, ya que “lo divino” es aquí esa conciencia que nos une más allá de toda diferencia, más allá de todo nombre y toda forma.
En los textos védicos se establecen muchas identificaciones entre el cuerpo y los elementos de la naturaleza. Uno puede sentirse tentado a tomarlo como una expresión poética, pero más allá de la poesía existe un vínculo entre el fuego en el universo y el fuego en nuestro cuerpo, por ejemplo en los procesos digestivos. El agua que constituye cada una de nuestras células es la misma agua que corre por las venas de la tierra, ríos y mares…
Se dice en la Chandogya Upanishad (8.1):
El pequeño espacio dentro del corazón es tan grande como este vasto universo. Los cielos y la tierra están ahí, y el sol, la luna y las estrellas; el fuego el rayo y el viento están ahí, todo lo que es ahora y todo lo que no es: porque el universo entero se halla dentro de Él (Brahman) y Él mora en nuestro corazón”.

No se trata sólo de paralelismos que puedan establecerse a nivel físico, sino que cuando uno comprende a todos los seres en sí mismo y a sí mismo en todos los seres vive inmerso en el Amor y su Dicha infinita o lo que es lo mismo y tal como lo expresa la Ishavasya Upanishad:
Aquel que ve a todos los Seres en Sí Mismo (el Atman) y a Sí mismo (Atman) en todos los seres, pierde el temor por completo”.

Y el temor sólo se pierde por completo cundo uno Ama por completo.
Y esto no es algo que uno debe creerse porque sí, sino que cada persona debe experimentarlo por sí misma. ¿Y cómo se hace eso?
Regresando a nuestro centro, entrando a la escucha de nuestro corazón y para poder escuchar bien necesitamos Silencio. El Amor, la identidad entre yo y el universo, se produce en el Silencio y el Silencio emerge incluso en medio del mayor de los ruidos, cuando uno se da cuenta de que no sabe nada, que todo lo que creía saber eran sólo opiniones y creencias, nombres que le había dado a un montón de formas que de algún modo proyectó.
El yoga clásico o la metodología de escucha, reflexión y concentración en las escrituras que ofrece el Advaita Vedanta (la escuela que interpreta los Vedas de forma no-dualista) procuran conducirnos hacia el corazón, hacia ese lugar silencioso que contienen en sí el universo entero, el lugar sin lugar de dicha y paz infinitas, el Atman (Sí mismo) que tal como nos dicen las escrituras es el puente entre el tiempo y la eternidad.
A menudo las personas nos encontramos buscando generar esta paz, sin acabar de comprender que esta Paz es lo que somos en esencia, en las incontables formas que puedan tomar esa misma Paz, la Vida, la Conciencia… Esto nos genera mucho conflicto, ya que queremos ser pacíficos, amorosos, tranquilos y si queremos serlo es porque creemos que no los somos y este es el gran engaño que nos hacemos y donde comenzamos a dividirlo todo, a olvidar que lo que llamo “otro” es el mismo Ser, la misma Vida en mi que toma distintas formas. Olvidamos la identidad entre microcosmos y macrocosmos y creemos que si nos enfadamos o si gritamos es porque no estamos en Paz. Y lo que no está en paz es sólo el personaje, porque la Vida que lo vidifica Siempre está en paz.
Recuerdo que un día hablando de dios miré hacia el cielo y un amigo me dijo: “¿por qué miras hacia arriba cuando hablas de dios y no hacia tu corazón?”. Y en realidad no importa hacia donde mire porque aquello que yo llamo dios es la Vida que está en todo y esa Vida que está en todo es la que establece la unión entre el gran cosmos (macrocosmos) en el universo y el pequeño cosmos (microcosmos) en nuestro corazón.

¿Has intentado aluna vez escuchar a los árboles? ¿O al río? ¿O has dejado que un camino que recorrías te mostrase algo de ti? Te propongo una de estas tres prácticas, según el lugar en que vivas y a lo que tengas mayor acceso. Te invito a que si aparece cualquier juicio acerca de si lo que escuchas es sólo fruto de tu mente, lo dejes a un lado y respirando profundamente vuelvas de nuevo a escuchar el árbol el río o aquello que te sugiera el camino. No intentes buscar nada en concreto, permítete Ser-con el árbol, el río, el camino, acoge todo lo que te den… Seguro que ellos pueden transmitirte muchísimo mejor que cualquier artículo la unidad que subyace entre tú y ellos.

 

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