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La trampa del "yo" y "mio"

186 MONTSE SIMON

El lenguaje y la mente son, al parecer, algunos de los atributos que distinguen al ser humano de otros animales y seres vivos. Ambos, lenguaje y mente, mantienen un estrecho vínculo. Si alguien nos dice que es el lenguaje el que crea el mundo, puede sonarnos extraño y podríamos responderle que, evidentemente, primero existen los objetos y luego el lenguaje se construye para referirse a los objetos ya existentes. Pero esto no es en realidad tan evidente y observamos que también es a través del lenguaje que damos nombre a las distintas formas en las que se manifiesta la materia-energía y que a través del lenguaje otorgamos el sentido y las cualidades de dichos objetos. Si bien esto puede resultar confuso cuando nos referimos a objetos materiales, la cosa parece más clara cuando nos referimos a los conceptos de “yo” y “mío”.
¿A qué nos referimos exactamente cuando decimos “yo”?
Recuerdo que hace muchos años andaba pensando justo en esta pregunta y me decía a mí misma “si ahora perdiese una pierna o un brazo o le ocurriese algo a mi cuerpo, no dejaría de ser “yo”, por lo tanto yo no soy el cuerpo. ¿Y si a causa de un accidente me quedase en estado de coma?, en ese caso yo no sería consciente de mí misma pero las personas a mi alrededor me seguirían percibiendo como Montse, que es el nombre que ellos dan a lo que yo llamo “yo”... por tanto tampoco soy la mente”. En fin, pensando acerca de esto, me daba cuenta de que aquello que llamaba “yo” se apoyaba en última instancia en algo mucho más grande que no alcanzaba a comprender.

En nuestro día a día, necesitamos recurrir al concepto de “yo” para podernos comunicar con “otros” (que no soy yo). El dolor y el sufrimiento surgen cuando olvidamos que hemos construido ese “yo” atribuyéndole diversas cualidades físicas, mentales, emocionales, espirituales, etc. y nos identificamos con todas esas cualidades y atributos, limitando el “yo” a “lo que hago”, “lo que sé”, “cómo soy”, “lo que tengo”, ignorando que el substrato que nos da vida es vasto e infinito.
Dice un texto del vedanta no-dualista (advaita vedänta):

“Confundiendo al individuo, que en realidad es pura conciencia libre y atándolo con las cuerdas del cuerpo, los sentidos y lo alientos vitales (los cinco präëas), la mente lo hace divagar continuamente identificándose con “yo” y “mío” y experimentando los resultados de de las propias acciones”. (Vivekacüòämani, 180)

La mente es un arma de doble filo. Por un lado, a través de la mente nos atamos y reducimos nuestro ser a un “yo” limitado. Nos identificamos con nuestro aspecto físico, con lo que consideramos virtudes o defectos, con lo que hacemos y el papel que ocupamos en la sociedad... En fin, nos identificamos con “nuestra personalidad”. Por otro, la mente tiene la capacidad de liberarnos de esa esclavitud, de darse cuenta que expresiones como “yo soy guapa, fea, inteligente, estúpida, amable, antipática...” o “yo soy estudiante, profesora, madre, padre, doctora ...” son sólo expresiones del lenguaje para comunicarse, pero no limitan nuestro ser. La trampa de “yo” y “mío” está en que nos los creemos. Es como si nos pusiésemos un disfraz y olvidando que vamos disfrazados creyésemos que somos ese personaje. El problema no estaría en el disfraz en sí, sino en el hecho de haber olvidado que vamos disfrazados. De igual modo, cuando digo, por ejemplo, “soy profesora”, el problema no está en el uso que hago del lenguaje ni en el hecho de desempeñar ese rol en la sociedad, sino en creer que lo que soy se limita a eso y olvidar la Vida, el ser infinito y libre que hace posible todas esas formas.

La trampa del “mío” sigue a la del “yo”, casi simultáneamente porque aquello que creo que me pertenece, lo hace en referencia a un “yo” con el que me identifico. Cuando digo “este libro es mío” ¿de quién es? ¿a quién o qué me refiero con mío? De nuevo el problema no está en el uso de unos límites y un orden para la convivencia, sino en que nos identificamos con aquello que poseemos, de modo que cuando dejamos de poseerlo creemos ser infelices o llevado al extremos somos capaces incluso de matar para protegerlo. Creemos poseer objetos, cualidades, defectos, animales, plantas, territorios, e incluso otras personas y a menudo acabamos por reducir nuestra identidad a lo que poseemos, de modo que cuando dejamos de poseerlo parece que nuestra vida se derrumba. Pasamos muy fácilmente del “tengo la capacidad de ser agradable con la gente” al “soy muy amable” o del “tengo pareja” al “sin ti me falta el aire, sin ti yo muero, no puedo estar sin ti, etc.” que rezan tantas canciones de amor romántico.

Dejar de reducir nuestra identidad al yo limitado, identificado con el cuerpo y la personalidad, y a lo que este “yo” posee, nos conecta con la libertad que somos en esencia, nos libera de la esclavitud, el peso y el sufrimiento que nos causa creer que somos todo lo que creemos que somos: gordo, flaco, alto, bajo, inteligente, estúpido, amable, celoso, egoísta, altruista, empático, agradable, desagradable, inútil, magnífico, mejor, peor, soltero, casado, abogado, doctor, terapeuta, camarero, comerciante, estudiante, parado, etc. Es para volverse loco ¿verdad?

“Una característica del ser liberado que sigue en vida, es la ausencia del sentido de “yo” y “mío” en este cuerpo, aunque permanece en él como una sombra.” (Vivekacüòämani, 432)

La persona liberada se sabe en esencia infinita. Se ha liberado de las cadenas de la identificación asociadas al cuerpo y sus características, alimentadas por el sentido de “yo” y “mío”. El cuerpo y todo lo que se asocia a él es sólo como una sombra. Aunque posee mente, está libre de sus ataduras. Sabe que bajo toda esta danza de formas, colores, nombres, juicios... hay una misma luz que brilla en todos los seres.

Como práctica a lo largo de este mes te propongo que cuando hagas construcciones del tipo “soy amigo de, primo de, vecino de...”, “soy estúpido, soy un crack, soy lo peor, soy el mejor...”, “soy veterinario, economista, nutricionista, monitor, practicante...” te permitas sentir por un instante de dónde emerge esa identificación, sobre qué base se sostiene. Y es importante que te permitas simplemente sentir (no pensar) en el cuerpo desde donde emergen estas afirmaciones. Lo mismo puedes hacer con construcciones como “esto es mío, me pertenece, mi hijo, mi amiga, mi pareja, mi profesor, mi ropa, mi aspecto...” Luego, si tienes un momento tranquilo, puedes pararte a pensar ¿qué es eso que llamo “yo”? ¿soy mi cuerpo? ¿soy mi personalidad? Investiga qué capas te parecen prescindibles o detectas que son variables. ¿Qué hay de común entre tu “yo” de ahora y el de hace quince años?¿Qué ha cambiado y qué permanece exactamente igual? ¿Qué es permanente y qué pasajero?

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