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La Conciencia Testigo

192 MONTSE SIMON

En este mundo todo cambia. Si observamos el proceso de apertura y decaimiento de una flor lo podemos ver claramente. Sin embargo, aunque sabemos que, por ejemplo, las montañas también están en un constante proceso de erosión y transformación, ya no resulta tan evidente a  simple vista. El caso es que sabemos a ciencia cierta que nada de lo que vemos, tocamos o percibimos a través de los sentidos es eterno y afortunadamente tampoco los pensamientos son eternos, aunque a veces de tan repetitivos lo parezcan.
En la sabiduría no-dual del vedānta se dice:

“La forma es lo percibido y la mirada es la que la percibe. Esta mirada es ahora lo percibido y la mente es la que la percibe. La mente con sus modificaciones es percibida y la Conciencia-Testigo la que percibe, sin ser percibida a su vez.”  
Dṛg- dṛśya- viveka, verso 1

Este es un ejercicio que podemos realizar de modo práctico. Vamos allá: observa un objeto y date cuenta de su color y forma. Ahora observa la mirada, la capacidad del ojo para percibir el objeto. ¿Quién se da cuenta de esta percepción? Es la mente la que se da cuenta de cómo el ojo ve, el oído oye, etc... Observa como incluso con los ojos cerrados aparecen y desparecen constantemente varios pensamientos. ¿Quién observa la mente que piensa?
Aquí es donde el advaita vedānta nos habla de un observador último al que denomina Conciencia Testigo. Es la Conciencia que hace posible toda la secuencia de percepciones y que hace posible la observación, sin embargo ya no hay otra Conciencia que es consciente de Ella sino que Ella misma es autoconsciente. Es a esta Conciencia última a la que se le llama Conciencia Testigo.
Todo en este mundo está en constante cambio pero hay una conciencia que se da cuenta de todos estos cambios sin ser a su vez alterada. Un ojo no ve de por sí, el oído no oye de por sí, la mente no piensa por sí misma, etc. sino que hay Algo, una Energía por la que el ojo ve, el oído oye, la mente piensa... Sin embargo, en el caso de la mente, tendemos a identificarla con el cuerpo y con las habilidades cognitivas, las emociones y en definitiva con la personalidad limitada que denominamos “yo” y  a causa de esta identificación, creemos que la mente tiene luz propia. Cuando decimos “yo veo este objeto”, “yo escucho esta música”, “yo pienso esto”... ¿Quién es ese “yo”?

A menudo identificamos el “yo” con el cuerpo, la personalidad y las características limitadas que hemos atribuido a una Conciencia que es en realidad infinita y sin la cual no habría posibilidad de percibir, hacer, pensar... Sería algo así como el reflejo del sol en un espejo cuyos rayos rebotaran en una habitación oscura que a causa del reflejo de la luz del espejo se viese iluminada. En esta imagen que nos brinda la propia tradición, la habitación sería el cuerpo, el espejo la mente más sutil y el sol la Conciencia Testigo. El cuerpo actúa gracias a la mente que ejecuta sus órdenes, pero a la vez esta recibe la luz de la Conciencia última que le da la capacidad de ser consciente. ¿Podría ser que todo lo que suelo considerar como “yo” fuera en realidad una expresión de una misma Conciencia en todos los seres, una Conciencia que parece presentarse bajo múltiples formas y nombres, aunque en realidad es una sola? Como el sol que ilumina múltiples objetos siendo él uno solo. Quita el nombre y la forma de todo cuanto percibes y lo que queda, Aquello es lo Eterno, tu Esencia última, lo que permanece dándose cuenta de todos los cambios.
Todas estas cuestiones corren el riesgo de convertirse en una  abstracción del pensamiento que se divierte creando este tipo de argumentos, a menos que estemos dispuestos a preguntarnos con honestidad, con sinceridad, dispuestos a no recibir respuesta, a soltarnos al Misterio. Revisar en mis acciones ¿qué me permite ver?, ¿qué me permite pensar?, ¿impelido por qué clase de energía respiro?, etc. Cuando me respondo  “yo”, ¿a qué me refiero?, ¿a mi nombre?, ¿a mi cuerpo?, ¿a mi personalidad?... y si no aceptamos ninguna de estas respuestas ¿qué es lo que queda? Tal como han planteado algunos sabios, ¿quién era “yo” antes de nacer?, ¿dónde estaba?, ¿quién soy mientras duermo profundamente sin ni siquiera soñar nada?
El pensar sinceramente en todo este tipo de cuestiones nos permite desapegarnos del automatismo de pensar que “yo hago, digo, pienso, percibo y siento” y darnos cuenta de algo mayor que el pequeño “yo”, que hace posible que “yo haga, diga, piense, perciba y sienta”.

“Con la desaparición de la identificación con el cuerpo y el conocerse como Conciencia suprema, donde sea que se dirija la mente habrá experiencia de samādhi (vivirse como Pura Conciencia)”

Dṛg- dṛśya- viveka,verso 30

La práctica del yoga nos puede proporcionar un espacio y unas técnicas para ir quitando las capas de cebolla con las que nos identificamos y llegar al núcleo, a la Conciencia Testigo que observa todos los procesos mentales, que al ser observados se disuelven.
Observar el cuerpo al hacer una postura y observar aún la mente que se da cuenta de esa postura, la mente con todos sus pensamientos que tal vez huye de la postura a través de otros pensamientos o a través de sus juicios, da lugar a una práctica del yoga dirigida a purificar la mente y nos acerca a la posibilidad de descubrirnos como Conciencia Testigo. Los objetos, el cuerpo, la mente,etc. cambian, pero el Testigo no cambia. Lo mismo podemos aplicar a los ejercicios de prāṇāyāma (control de la respiración) o si hacemos alguna práctica meditativa. Y, sobre todo, en nuestra vida diaria, en cualquiera de nuestras acciones cotidianas. La observación es fundamental porque es la observación la que nos devuelve a nuestra verdadera naturaleza, al hecho de Ser, Testigos de todo lo que aparece y desaparece.

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