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El cojín y la silla - El Zen y la Terapia

 

El Zen y la meditación pueden aparecer para ciertos buscadores como prácticas que supuestamente conducen al logro de algún objetivo: relajarse, concentrarse, conocerse mejor, penetrar el misterio de la existencia, trascender, incluso iluminarse; y lo cierto es que todo ello puede darse. Además de esto, hay personas que, ya sea por afán en su "crecimiento personal" o por un sufrimiento que les angustia, buscan en el Zen un progreso individual o la resolución de conflictos personales.

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En este último caso es importante ser muy claro: el deseo de evolucionar es una motivación muy valiosa y el Zen ciertamente puede transformar tu vida, pero el Zen no es una terapia. El Zen no es una técnica para solucionar conflictos psicológicos ni para avanzar en aquello que llaman el "crecimiento personal". De hecho, más que en el crecimiento personal, el Zen está interesado en el "decrecimiento personal", en poner en su sitio a esa superestructura egocentrada y sobrealimentada que en muchos casos es el primer y mayor problema del individuo.
A pesar de todo esto, las personas que meditan y tienen una vivencia más allá de lo biográfico cultivan una forma de experimentar la realidad que les permite relajarse y establecer distancia con esos asuntos que suelen vivirse como demasiado propios e intensos. Al mismo tiempo, esta vivencia amable de "lo personal" es más acogedora y no niega ni teme lo que acontece, por lo que es finalmente más integradora. Esta visión relajada, que es a la vez desapegada y unitaria, revela un espacio esencial desde donde todo lo personal puede vivirse con más sabiduría y compasión y desde donde el ser humano puede acercarse más naturalmente a la Verdad.
Obviamente, una vivencia con estas cualidades es de gran valor en el día a día y por supuesto en un proceso terapéutico. Por eso, paradójicamente, aunque el Zen no es una terapia, lo cierto es que puede resultar muy terapéutico y puede además suponer un elemento esencial en la efectividad terapéutica. Es aquí cuando podría decirse que el Zen echa una mano a la terapia.
Al mismo tiempo, la práctica zen, lejos de ser una forma de esquivar el mundo o una circunvalación para evitar entrar en lo personal (el llamado bypass espiritual), es un camino que exige una mirada honesta y que muestra claramente el paisaje individual. El camino del Zen es un camino hacia el corazón del ser humano y el meditador se sienta (y se siente) con todo lo que es, lo cual evidencia el fondo, la superficie y, por supuesto, los asuntos personales. Es aquí cuando podría decirse que la terapia echa una mano al Zen.
Un proceso terapéutico (especialmente si su abordaje es humanista y está centrado en el darse cuenta) puede ayudar a que la experiencia Zen tenga menos obstáculos y se viva de forma más plena e integradora. La terapia puede además recoger las cuestiones emergentes que a veces se revelan en la práctica meditativa y darles así la atención y el cuidado necesarios en el encuadre más adecuado. Por otra parte, el Zen puede facilitar que la terapia se viva más lúcidamente, desde un centro más sereno y amable, y puede ayudar a abrir el espacio y ubicar la terapia en su justa medida, evitando que el buscador caiga en una obsesión terapéutica que muchas veces, lejos de sanar, engorda el ego y aumenta el drama. Con ambos procesos, el meditativo y el terapéutico, la estructura egoica se descompone y recompone constantemente, dejando atrás el yo-viejo disfuncional y descubriendo un yo-nuevo más sano, lúcido y cordial.
Entendido de esta manera, la práctica Zen ayuda a la terapia y la terapia ayuda a la práctica Zen. La silla de una sesión de terapia y el cojín de la práctica Zen son ámbitos muy diferentes y no deben confundirse. Sin embargo, cuando ambos se articulan convenientemente, la silla y el cojín se complementan de forma muy positiva.

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