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Silenciar para cambiar

Silenciar para cambiar.

Caminado hacía la noche del silencio

184 PEDROCansado de ruidos y definiciones. Cansado de dogmas y de iglesias encogidas. De palabras que van y vienen, de miedos a no tener, no saber, no ser; y contemplando atónito como todo pasa, todo se mueve y yo también me muevo, decido por fin salir de este ensimismamiento, de esta angustia por definir y saber, por identificarme con este o con aquel, con esto o con aquello, y acepto hacer silencio. Me digo que ya está bien. Que deje de hablar, de predicar, de aparentar que se lo que pasa, que tengo la clave de las cosas, que profeso la verdadera verdad, y por fin callado mire sin intentar saber, sin intentar tener, sin intentar ser… pero no se cómo se hace.
Cuando lo intento primero voy a leer lo que dicen los maestros, escucho la nueva cultura que me llega alternativa y negadora de mis ruidos anteriores; y encuentro un lenguaje paradójico, a veces incomprensible, que rompe mi deseo de entender, o que, aun peor, me mete en otra cultura de pertenencia, mas moderna, mas laica, pero a veces igualmente dogmática y peligrosa, pues me atrapa y me congela de nuevo. El apego a las nuevas culturas, al tópico esotérico, al mundo alternativo es otra trampa identificadora, y se convierte de nuevo en ruido central de mi vida. He de callarlo también.
En medio de mi crisis me fijo en que todo cambia alrededor mío, dentro de mi y fuera de mi. Todo cambia y esto es lo permanente. Nada queda fijo, y retumba en mi ser completo el intercambio entre el vacío y la forma que los antiguos insinúan. Pero me fijo en un aspecto que se convierte en aspecto esencial. Para que algo que es venga a ser otra cosa, ha de dejar de ser lo que es. Y en ese transito, lo que he llamado ruido: la definición, la descripción terminada, la seguridad definitiva desaparece, y el ruido se acalla. Para que algo cambie es necesario un proceso de silenciamiento, es necesario el momento del silencio que se interpreta como muerte aparente y que solo es la vida que fluye y que se expresa en el dejar de ser para ser.

La propuesta del contemplativo, del Buda, es un programa de acción, de incorporarse al cambio, y de ser cambio permanente. Esta propuesta es nuestra elección, es mi elección y la tuya si eres practicante del camino. Es un programa de acallar los ruidos, es un programa de silenciamiento. Lo expreso bien: no un estado de silencio, sino un programa de silenciamiento. No se donde me llevará pero he decidido seguirlo. No puedo cambiar, salir de este estado congelado, de esta descripción cerrada en la que me refugié, si no hago por un momento o hago continuamente, silencio en mis quereres, en mis deseos y necesidades, y no salgo campo abierto en medio del mas profundo silencio.

El silenciamiento es el transito necesario para el acto creativo, es condición necesaria para la evolución de las cosas y los seres. El silenciamiento es el espacio vacío, sereno entre los saltos expresivos de la realidad. El silenciamiento, acallamiento de estados definidos y completos, de descripciones terminadas, y de identificaciones y posesiones, es el hogar donde se produce el intercambio continuo entre forma y vacío, que no son dos realidades alternativas sino la misma realidad bifronte desenrollándose a si misma. Vacío es silencio expresado, potencialidad divina. Forma es expresión y manifestación, manifestación también divina expresada en continuo cambio. La forma no es el ruido. El deseo de parar y limitar la forma es el ruido. Silenciamiento es el proceso evolutivo en si mismo. Silenciar mis apegos, mis posesiones, mi ansia de seguridad y mi angustia por pertenecer, es hacer la obra divina, participar en la evolución, realizar el acto creativo, dentro de mi y fuera de mi, ya que soy un accidente, una manifestación de este océano cósmico en continuo intercambio.

Así, para emprender este camino del silenciamiento, una vez que he reconocido mis ruidos, y particularmente mi ruido principal (corporeidad, dominación o dogma) he de realizar la tarea de soltar lo que no es, el apego a detener, a controlar, a ser, pues este apego me lleva a la muerte, que es el no cambio, me lleva a congelar mi existencia y la de otros, y poner resistencia al cambio. Silenciar es fluir con el cambio, y renunciar a tener, a saber y a ser.
La experiencia del vacío, que ha venido a ser la experiencia central del zen, es la experiencia del silenciamiento, donde por fin dejo de saber quien soy, lo que tengo o lo que sé, creando un espacio para que todo se produzca y para que las cosas pasen en las mil existencias, y este ser que en mi palpita lo haga con ellas. El conjunto del universo es un continuo silenciamiento que nunca para en las estaciones de paso, en las manifestaciones aparentes, continuamente deja de ser para ser. Existe un profundo silencio en medio de la evolución universal que aquí se expresa. Nada se estanca en el tiempo ni en el espacio. La sensación de quietud y seguridad, de definición terminada es consecuencia de nuestra pobre perspectiva, en el tiempo y en el espacio.

Vivir esta vida particular es silenciamiento continuo, es acallar el intento de descripción definitiva y de identificación definitiva, acallar progresivamente el deseo de verdades absolutas y terminadas, y por fin rendirse al flujo evolutivo donde esta propia existencia ha de dejar de ser, para ser de nuevo otra cosa, otra existencia, otra manifestación.
¿Qué hay que acallar? Hay que hacer silencio a la voz que nos dice quien somos y lo que tenemos, lo que sabemos y lo que controlamos, hay que apagar, por mucho que cueste, las definiciones con tanto dolor conseguidas, la fe con tanto esfuerzo construida, y las formas con tanto dolor conformadas. Para por fin quedarnos en nada y venir a ser nada, y así permitir que todo sea y se exprese; significa rendirme a la realidad que nace y muere continuamente, y no se detiene, y no se termina.
Por ello he de parar de hablar, para dejar de hacer ruido dentro y fuera de mi, y así permitirme escuchar, y abrir la experiencia a lo que realmente sucede. Y he de parar de hacer caso a los ruidos que me gritan y me piden adhesión, desde el fondo del hogar, desde el pulpito o desde tantas almenas hoy existentes, que todo lo saben y todo lo controlan, para dejar libre el espacio de las definiciones y las creencias. Y he de mirar la vida y ser vida, aceptando ser un cambio continuo y aceptando en ese cambio morir, y aceptando no ser alguien en particular, ni algo en particular.

Si no paro de hablar y de predicar me vuelvo ciego, y entonces dogmático, y entonces intolerante y entonces muero al espíritu. Si mantengo la ansiedad por seguir los ruidos ajenos, me vuelvo fiel de mi particular iglesia, y seguidor, y entonces adoctrinado y entonces borrego. Y si me agarro a la última solución, me vuelvo de espaldas al cambio, y entonces mi espíritu decae, y realmente muero, aquí sin comprender que es realmente morir, pues muero desesperado, abrasado en esta incomprensión.
Por eso he llegado a esta crisis, pues se ha acabado la descripción, la formulación, el estado completo, la identificación terminada y el proyecto controlado. Y en esta crisis puedo volverme atrás, y agarrarme al pasado, agarrarme al hogar seguro del que salí, o entrar en este silencio que hoy me asusta, pues en él tengo oscuridad, y no siento la Casa del Padre, donde ser acogido, y protegido, y aceptado.
¿A dónde me volveré pues, a donde he de mirar? ¡Guarda silencio, practicante, silénciate! ¡Calla y escucha, pon alerta el corazón!… ¡Hay algo que escuchar!

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