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Los Cuatro Honorables Caballeros

Un solo deseo:
dormir una noche
bajo los ciruelos en flor
Ryōkan Taigu, 1758–1831

 

Desde tiempos remotos las temáticas protagonistas en las obras de los pintores tradicionales de Oriente fueron fundamentalmente pinos, bambúes y ciruelos. Este conjunto era denominado como el “triunvirato del invierno” y representaban los temas más valorados en el marco de su cultura visual. Como toda disciplina artística, este arte ha tenido sus revisiones en el tiempo y esta selección se fue ampliando. Durante la dinastía Ming (1368-1644), Chen Ji Ru organizó de otro modo los temas de la pintura, consideró fundamental también el estudio del bambú 竹 (take) y el ciruelo florido梅 (ume), y añadió la orquídea silvestre蘭 (ran) y el crisantemo 菊 (kiku), estableciendo así “Los cuatros honorables caballeros”. El estudio en profundidad de este conjunto implica interiorizar cada gesto, haciendo propio sus trazos específicos y así adquirir las destrezas suficientes para pintar el gran tema de la tradición taoísta: el paisaje.

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La pintura oriental, que centra su interés no tan sólo en la obtención de una imagen final, sino también en tanto práctica vital, consiste en repetir una y otra vez las pinceladas pautadas y específicas que los caracterizan. Además es importante destacar que para aquella civilización, los temas pictóricos van mucho más allá de su mera representación visual, donde se cultivan valores muy preciados como la austeridad, la perseverancia, el desapego y la serenidad.

La flor de la orquídea, por ejemplo, anuncia la llegada de la primavera, los pétalos de su flor se trazan desde afuera hacia un centro vacío sobre el cual se asienta su belleza que se asocia a lo femenino, lo efímero y lo evanescente. Tanto cuando se pinta la flor en la soledad como cuando se compone una varilla de orquídeas, la virtud del artista reside en variar la presión del trazo en un trayecto muy corto del pincel y una vez que la forma comienza a surgir, el desafío radicará en visualizar los certeros espacios vacíos. De cualquier modo “Pintar la orquídea silvestre nos permite descubrir con delicadeza la verdadera grandeza de las cosas más pequeñas” (MANRIQUEZ; 2010 p.101). Sus hojas lanceoladas -que varían su tamaño sutilmente a lo largo de su trayecto- acompañan la belleza de la flor en primavera y nacen de una zona muy próxima a las rocas de las altas montañas. Estas hojas se distribuyen dejando un espacio disponible entre ellas que es llamado el “ojo del faisán” o el “ojo del elefante”, donde radica gran parte de su esencia.

Por otro lado, el bambú simboliza el verano, lo expansivo y sugiere una fortaleza adquirida gracias a su flexibilidad y adaptabilidad. Para conocer en profundidad las cualidades de este honorable caballero, se deben estudiar los cuatro elementos que lo componen: el tallo, sus nudos, las ramas y el nacimiento de sus hojas verdes. Existen al menos dos técnicas diferentes para pintar el tallo del bambú, dependiendo de la ubicación de las cerdas del pincel y de la carga de las mismas; una requerirá mayor dominio técnico que la otra y podremos obtener así gran variedad de texturas. Igualmente los nudos del bambú tienen múltiples formas de realización, variando su forma en función de la tradición china o japonesa de la cual provengan. Finalmente las bellas hojas de bambú, requieren gratuidad en el movimiento que las antecede y las sucede en el trazo, y sobre todo implican paciencia sucesiva.

Una vez aprendido un bambú, comienza el desafío para pintar bosques de bambúes en gran formato, en los que suelen utilizarse materiales acordes al tamaño, y la involucración del cuerpo comienza a ser un elemento clave en el ejercicio de la pintura. Desde mi práctica, recomiendo comenzar pintando el bambú, aunque en China se dice que “se necesita media vida para aprender a pintar el bambú, pero una vida entera para aprender a pintar las orquídeas” (NAN y XIAOLI, p. 50).

A diferencia del cerezo (sakura) que florece cuando la primavera ya está en su máximo apogeo; el ciruelo, otro honorable caballero, florece antes de finalizar el invierno, simbolizando la constante capacidad de renovarse. Tanto el tronco del bambú como el del ciruelo requieren de una carga combinada del tinta para que el volumen comience a surgir, pero mientras el primero se sustenta sobre un trazo recto, ascendente y vigoroso; el tronco del ciruelo es serrado e irregular, estructurándose a partir de una rama central y desarrollando sus varillas secundarias de las que nacen las flores (con sus pistilos y estambres).

Por último el crisantemo: la flor imperial japonesa, que suele ser llamada también la flor dorada. “Es una flor muy estimada por los japoneses, su forma circular en la que varias capas de pétalos convergen en un centro, le ha convertido en un símbolo de la unión familiar, llegando a ser utilizada desde el siglo X, como emblema representativo de la familia imperial japonesa” (MANRIQUEZ, 2010; p. 127). Los pequeños pétalos -que guardan cierta familiaridad con los pétalos de la orquídea- se agrupan y superponen en torno a un centro del cual nacen, dejando espacios intersticiales por donde la luz del día se vislumbra. A ella la acompañan el tallo flexible y sus ásperas hojas que de tanto peso suelen doblegarse hacia el suelo dejando la belleza de la flor por encima de la composición y como protagonista de la imagen.

Estos motivos que surgen de la observación de la naturaleza, no deben ser entendidos como ejercicio de transcripción mimética del original, sino como interpretación personalizada del mismo.

Por ello es recomendable dar paseos para contemplar la naturaleza, leer poesía y literatura oriental en torno al paisaje, y mirar y copiar aquellas obras de los grandes maestros que más nos resuenen. Esto último debe ser leído en el marco del sistema chino de aprendizaje y no como la imposibilidad de creación de una obra significativa, ya que practicar la técnica específica implica también el aprovechamiento de lo ya  aprendido por nuestros antecesores.

Sabemos que hay mucha sabiduría intrínseca en las artes orientales. Esta práctica pictórica nos sorprende constantemente con sus enseñanzas. Quizás la que más nos ilumina tiene que ver con la posibilidad de comprender la diferencia entre la plenitud y el logro: “la diferencia entre hacer algo bien, sencillamente, y hacerlo para otras personas o para mí”. (HUANG, 1980; p. 127).

HUANG, Al Chung-liang, 1980. La esencia del T’ai Chi. Ed. Cuatro Vientos, Santiago de Chile.
MANRIQUEZ, María Eugenia, 2010. Pintura Zen. Método y arte del Sumi-e. Kairos Editorial, Barcelona.
WANG JIA, Nan y CAI Xiaoli, 2004. Curso de pintura oriental. Edilupa Ediciones, España.

 

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