Viaje Viviente al Antiguo Egipto
- Categoría: SEBASTIÁN VÁZQUEZ
Es difícil encontrar un viajero al que su visita a Egipto no le haya significado un impacto que, en muchas ocasiones, representa un jalón en su vida. Por un lado, se recibe en potente impacto sensorial. Luz, color, sonidos, aromas, paisajes y, sobre todo, la formidable belleza y armonía de un arte único en el mundo que se muestra en templos, tumbas, pirámides… Sin embargo, siendo esto mucho, hay algo más. En la Antigüedad se decía que toda luz, todo conocimiento y toda iniciación, venían de Egipto. Es por este motivo que muchas personas perciben algo invisible, no accesible a lo sensorial, pero que los lleva a un lugar interior, profundamente íntimo, en el que se hallan un tipo de respuestas, la mayoría de las veces no esperadas, ya que si Egipto empieza a enseñar algo es que la Vida la tenemos para ser vivida y no para ser explicada. Y en Egipto se puede empezar, siempre con sencillez, a recordar y a entender que primero está la experiencia que conduce a la comprensión y, solo después, llega el conocimiento. Sin embargo, es habitual acercarse a la sabiduría egipcia desde planteamientos que parten de nuestro bagaje cultural y religioso judeo-cristiano o de las ideas confusas y torpes como las que propone la nueva era. No es posible hacerlo.
De igual modo, el acercamiento “científico” no podrá acceder nunca a la dimensión trascendente que envolvía todo su mundo y que era la piedra angular de su conocimiento. Aquí hay que enfatizar la idea de que los egipcios eran un pueblo enormemente práctico que se habrían adherido con gusto a aquella afirmación de Buda de “La verdad es aquello que produce resultados”. Para ellos, solo lo viviente, es decir, que participa de la vida, puede cumplir una función y, cualquier función parte de una necesidad y obedece a un propósito, por lo que procura siempre un resultado. Y esto era así también para aquello que hemos llamado “iniciático”. Vivimos una época, ya hace más de dos siglos de ello, en que todo lo vinculado a lo iniciático o al crecimiento espiritual, se ha contemplado bajo la falsa idea de “lo simbólico” y, otras veces, se ha contaminado de vanas fantasías, cuando el verdadero crecimiento espiritual y su fruto, el conocimiento, es algo preciso, viviente, real y orgánico y, especialmente, se sitúa en el lugar opuesto a lo abstracto. Es decir, es real. Un manzano viviente y, en la acción ejecutiva de su función, previa nutrición y crecimiento, producirá manzanas. El ser humano, que inicia su viaje espiritual, es decir, que se mueve, y que es nutrido, crecerá y, en su momento dará sus frutos. Uno de ellos es el conocimiento que, afortunadamente, nos lo encontramos, expresado con sencillez, en los antiguos egipcios y que es, aun hoy, accesible si una persona se acerca a él del modo correcto. En los viajes que organizo para mostrar a los viajeros este conocimiento iniciático del antiguo Egipto, empiezo explicando lo que ha sido, y es aun, un error monumental: los egipcios no tenían dioses. O, al menos, dioses concebidos tal y como lo hicieron los griegos que, cuando llegaron a esta tierra identificaron sus propios dioses con los neteru egipcios y nos legaron este concepto propio que, aumentado y extendido por los romanos, nos ha llegado hasta hoy. Efectivamente, los egipcios llamaban neter, singular, o neteru, plural, a lo que los griegos llamaron dioses por afinidad a lo que ellos conocían. Sin embargo, el concepto neter tiene unos significados más profundos que la más basta idea de “dioses”.